Arq.
Vicente Vargas Ludeña Guayaquil, 27 de Enero 2013
La democracia que hemos aprendido y que nos obligan a
practicarla, organiza periódicamente elecciones con una papeleta hundida por
una ranura en una urna: de metal, madera, acrílico cartón u otros materiales;
de aquí salen elegidos de una variopinta
extracción social, económica e ideológica. Pero termina ejerciendo el poder la
burguesía, escoltados por los poderes facticos. Si algún intruso, prole o
lumpen, se coló a la cumbre del poder será objeto de la sospecha, escrupuloso y
despiadado hostigamiento, hasta su derrumbe por fuerzas coaligadas: gran
burguesía, fuerzas armadas y la Embajada del imperio.
El hoy que vive
Ecuador, cambió el rumbo de una historia lineal encadenada y condenada
por fuerzas oscuras y lacayas; dejando sin horizonte ni esperanzas a una
sociedad desconcertada y en estado de shock. Mientras la canalla política reía
y festejaba su interminable y macabro carnaval. Con la misma democracia aprendida,
obligada y falaz, estamos a punto de volver al pasado laberintico kafakiano; o
seguir apuntando a nuevos y renovados sucesos para el pueblo ecuatoriano que si
lo merece, esquivando la fatalidad que miserables de toda ralea auguran y
esperan para la Patria. La democracia no es un manual, esta se construye
dialécticamente en el tiempo con la presencia y participación de la multitud, a
los que debe llegar el fruto del trabajo colectivo. Todo lo demás es democracia
de papel, una entelequia.
Es tentador esculcar con pasión o sin ella, pero jamás
indiferente, la vida y pensamiento, si es que en alguno existe, de los
políticos, con mayor derecho cuando aspiran a gobernarnos.
El apellido Bucaram en el drama vivido en Ecuador, en los
recientes treinta años, es una variante de la maldición gitana para nuestra
sociedad. Van tres generaciones, con las recientes caras juveniles que ahora
asoman en la puja electoral. La sociedad tiene muy claras y frescas las
trafasías de esta estirpe, que parece que durará hasta el regreso del
cometa, igual a la interminable
generación del coronel Aureliano Buendía, luego de “Cien años de soledad”. Pero
no hablaremos de Bucaram candidato, sino de sus prolongaciones y creaciones.
En las penitenciarías, donde los reos y convictos expían sus
delitos, las fuerzas de la degradación moral los lleva a la reflexión de sus
propias vidas. Al no encontrar respuestas racionales a su derrumbe social, alguien le sugiere la
última luz que él ha experimentado, y le extiende una Biblia. Basta. Luego se
convierte en predicador y evangelizador “de la palabra”. El refugiado de
Panamá, al fin y al cabo vive encarcelado en su propio Panóptico, pero él no es
capaz de expiar su mundo anti ético
desgarrado en la vida política del Ecuador con “la palabra” que dice
creer, entonces delega a un predicador público para que se convierta en su voz,
y hable de Dios y la salvación de los hombres. Como siempre se burla de todos y
se arrodilla en farsante acto de fe, lanzando a los leones a un evangelista
fundamentalista con la Biblia en ristre
habla de los cielos, el temor al castigo y otros menjurges: sexo, moral,
creencias y demás hierbas opiáceas. Este personaje salido de mágicas escrituras
y antiguos testamentos se llama Nelson Zavala. Su presencia en el debate
político es una aberración, plagada de fantasía divina. Pero sus mundos -Zavala-Bucaram-
casi son paralelos, el tal hermanito también ha tenido un tortuoso pasado; como
el reo y convicto, la Biblia es su refugio y salvación.
Alvarito, diminutivo de Álvaro, no por deferencia sino por
diferencia compasiva: el niño tonto en el grupo de amiguitos. Este adalid de la
riqueza, es otro engendro político de Bucaram. La inmensa fortuna del padre de
Alvarito, fue objeto de su deseo. La incertidumbre de la herencia y el testamento,
Bucaram en el poder sanó todo, a cambio
de sus aportes a la campaña electoral.
No solo le pagó y complació, sino que lo designó Presidente de la Junta
Monetaria. Ahí nace el Alvarito político tonto para todo, menos para contar
dinero. Lo ha dicho públicamente, “en eso nadie me gana”. Pablo Emilio Escobar
Gaviria –El patrón de mal- en el vértigo de su desquiciamiento por el dinero,
llego a la conclusión que para disfrutar y gobernar en su Olimpo, a pesar de
tener todo, algo faltaba. En el tráfago de su mundo nada estaba fuera de su
alcance, sin embargo no logró ni con plomo, ni acuerdos la liberación de una
secuestrada, casi en sus mismos cuarteles, por fuerzas irregulares en la
atormentada Colombia; un Senador del sub mundo de la política –digamos un Lara
en Ecuador-, motivado por Escobar, trianguló unas llamadas telefónicas con
gobiernos del exterior y en tres días, la secuestrada fue liberada y abandonada
en un camino público. ¡Carajo! Eso no lo tengo: poder político. Y la emprende,
nada le arredra, coronó lo que faltaba. Fue Senador de la República. Después
del Papa, el más importante soy yo, decía. Así nace el frenesí por el poder
político de Alvarito. Concluye que llegar a la Presidencia era posible, si se
comparaba con Bucaram y su cohorte, todo un cartel en el gobierno, del cual
Alvarito era testigo y tertuliano. Si Bucaram llegó a la Presidencia; a mí, el
País me pertenece, se imaginó. Casi lo logra. Hoy es un enigma su participación
en la campaña electoral; si no ha comprendido la época que vive el País, al fin
tonto es, alguna alma bondadosa debe habérselo dicho. El misterio algún día lo
sabremos.
Unos cachetes y luenga nariz, adorna la galería de mochileros
aventureros de la política, con la
debidas disculpas de los caminantes y peregrinos del mundo. El coronel de las mil
aventuras es el paradigma del hombre huérfano de la más elemental ética, de
dudosa capacidad intelectual, carente de todo principio, sobre todo la lealtad;
este sujeto la desconoce sideralmente. Es un insigne felón. Su conducta ha sido,
desde que apareció en la plaza pública, la de un agente, un quinta columna sin
escrúpulos de la burguesía y la Embajada de EE: UU., en el seno del pueblo. Coincidentemente,
guardaespaldas militar de Bucaram en la
presidencia. Así mismo como Alvarito, también testificó el maltrato a la
majestad representativa del poder; y el
Palacio de Gobierno convertido en una bahía guayaquileña o un Ipiales
quiteño. Con esos rápidos cursos y edificantes ejemplos, cualquier pedestre
aspira y sueña ocupar ese poder. El coronel tuvo esos sueños, se afanó en
plasmarlos. Lo consiguió, a muchos nos engaño. Estamos hablando del coronel
Lucio Gutiérrez, nuevamente aspirante a
la Presidencia. Tampoco, como otros, ha comprendido que en Ecuador existe,
desde hace seis años, un antes y un después; en el cual sujetos de esta calaña
no tendrán cabida, por muchos que habrán, nunca faltan, ingenuos o pícaros que
lo cortejan en pos de una migaja de poder. El coronel que no tiene quien lo
instruya, además de elemental, es retrogrado. Sus eslóganes lo confirman:
“debemos regresar al pasado -dice- como cuando yo era presidente, había
seguridad y comida”; “desbarataré todo lo que ha hecho este tirano gobierno”.
También su presencia, ahora, en la arena política está llena de dudosos
objetivos, como dudosa es su propia existencia personal. ¡¿Acaso el entero
Ecuador no conoció en carne viva la vergüenza de este atrabiliario traidor y su
majestuosa incapacidad para comprender las alturas del poder en que se había
encaramado y la entrega infinita a los intereses plutocráticos y extranjeros?!
La recalcitrante derecha ecuatoriana, ha probado con
diferentes opciones electorales en los últimos tiempos. Todos le han fallado:
Alvarito es tonto, Gutiérrez no es confiable, Roldós tiene cara y pensamiento
“lelo”, Bucaram y sus sacristanes son lumpen; los demás no califican para una
cena en el Club de la Unión, tampoco para enfrentar y derrotar a Correa. Aprendiendo de la
derecha venezolana se resignaron a saltar al ring, no para ganar la pelea, si,
para no dejar la silla vacía y madurar sus brotes verdes para la próxima
elección. Claro, no son alvaritos,
tampoco gutierritos; ellos saben que algo diferente ocurre en el País en
consecuencia deben renovar sus parafernalias de lucha. El propio candidato,
Guillermo Lasso -baby face-, condesciende con los planes del actual gobierno y
ofrece mantener y mejorar algunos procesos de cambio en pleno desarrollo. La
candidatura de la derecha fue seleccionada en los Clubes del gran cacao burgués
y diseñada por los “think thank” -pensamiento tanque- en las plataformas
neoliberales y ultra conservadores –con el inefable Opus Dei- del extranjero,
cuyo canciller itinerante más conspicuo, es el señor Aznar, ex presidente del
Gobierno de España, muchacho de Bush y Tony Blair. El banquero candidato, no
apto para estos menesteres, lo han moldeado con un diseño minimalista –lo menos
es mas- con un discurso sin sustancia: menos palabras, más imagen de
triunfador, emprendedor, exitoso y platudo; menos persecución, más libertad;
menos Estado, más libre mercado; menos control, más cervecitas los domingos;
menos exámenes, mas ingresan los chicos a las Universidades; menos impuestos,
más inversión pública. Así sucesivamente hasta regresar al pasado social
cristiano o social demócrata, son lo mismo. El fin último es, neoliberalismo
radical, desregulación de los mercados y del sistema financiero, siempre que
sea infinita y total. Es decir reproducir la rapiña bancaria nacional que
vivimos y la mundial que vive Europa y los EE. UU. El tutelaje que ejerció Febres
Cordero –los canallas viven mucho, algún día se mueren”, decía el poeta Mario
Benedetti- dejó en la orfandad con su partida al más allá, a su rebaño burgués y desmanteladas las
instituciones del Estado. Sus prohijados no han podido dar el golpe de estado
efectivo que les devuelva sus plenas canonjías –no dejarán de intentarlo- y
tampoco ven ceca su retorno al poder. Entonces, el banquero es la esperanza de
un luminoso mañana para esta peste política. El candidato banquero es un
residuo de esa pandilla de truhanes que asoló el hogar de miles de familias en
el País.
Alberto Acosta es honesto intelectualmente, un académico,
estudioso de la realidad ecuatoriana, pero ingenuo políticamente. El concepto
de democracia lo tiene trastocado. En la Constituyente de Montecristi, trató de
conciliar con el enemigo, permitiéndoles un sistemático sabotaje que puso en
riesgo todo el proyecto político y al éxito de la nueva Constitución. En el
presente realiza procesiones por las ciudades
y los pueblos con grupos políticos huérfanos de talento e imaginación:
el MPD y un grupo de mestizos indianizados; desertores de su propia sombra,
ecologistas, vegetarianos y demás trashumantes de la vida.
Mauricio Rodas es otro
candidato salido de los laboratorios neocon pulido en el exterior. Emulo de
Enrique Peña Nieto elegido recién presidente de México, pituco, peinado lamido
con gomina, pulcro y elegante, discurso tecno y ampuloso. Le falta una novia
salida de las novelas de Televisa, como Peña Nieto para completar el perfil del
diseño norte americano.
Estos muchachos de Ruptura de los 25, renegados del proceso
de cambio que iniciaron con Correa, están terminando de monaguillos de la
derecha escoltados por el General Moncayo, a veces liberal otras conservador,
alguna nihilista, como el coronel de nuestro cuento: de derecha no, tampoco de
izquierda, jamás del centro; también perdido en la desmemoria de su formación
militar, allá en el Comando Sur, base de los EE. UU.
Para los grupos políticos que fueron desalojados del poder
por la multitud en este sexenio, el Ecuador está amenazado de muerte. La
incertidumbre es un fantasma que nos devora; en consecuencia terminaremos
tragados por los agujeros negros que solo ellos alcanzan a ver en el galáctico
horizonte del mercado mundial, o masacrados por la violencia criminal, elevada
por sus oscuros designios, al bíblico apocalipsis, casi somos Sodoma y Gomorra
merecedores de una lluvia de fuego, por tercos e ingenuos que nos dejamos
conducir al patíbulo por un tirano autócrata.
Jamás el Ecuador de hoy, está tan cierto y seguro en el
futuro que construye. La modernidad y desarrollo que el mundo ha estado
forjando, pasó siempre bañando nuestras playas, no ancló sus amarras peor
desembarcó. La construcción de una Patria verdadera ha sido el inicio. Una
Nación que la respeten sus propios habitantes y los que la subyugaron siempre.
A los que nos tocado vivir a caballo
entre el oprobio de ayer de un Estado proxeneta y canalla, casi fallido; a la
dignidad e identidad del presente; se requiere critica y autocritica para una
cabal comprensión de la importancia de la soberanía, sobre todo lo material e
inmaterial que poseemos. Esto va dirigido especialmente a una clase media
peregrina que no atina a percibir lo que sucede a su alrededor. Hoy disfrutan
de mejores perspectivas, pero parce que desean más, sin saber cómo obtenerlo;
su mundo de conocimientos e información de la propia realidad lo reducen al noticiero de televisivo de la
noche, o al periódico de la mañana. De esas fuentes abrevan y construyen sus
vidas. Desconocen la riqueza polisémica de todos significados y significantes
de lo humano y la naturaleza.
Es preciso señalar, también, los precipicios y amenazas por
donde la Patria debe transitar en el camino a la cima. Por ejemplo, la
emigración a las esferas del poder de insignes tránsfugas de la política:
social cristianos, social demócratas, bucaramistas y un misceláneo batallón de
oportunistas. Muchos están haciendo su agosto. Sin pretender justificar nada,
aquellos eran los más numerosos habitantes de ese submundo, por lo menos dos
generaciones fue lo único que conocieron; en su momento fueron necesarios,
deberán ser reemplazados urgentemente por mozas generaciones. En el manejo de
lo público ya se lo está palpando, fresca y sana juventud asume el reto.
En el realismo mágico de los candidatos que se han dibujado aquí, existe un mundo de
sueños y ensueños que venden como pregoneros pócimas milagrosas. Pero en realidad
no hay tales candidatos –hay sombras fantasmales que asustan y avergüenzan-, ni
tal campaña; también eso es surrealismo. Solo hay una realidad tangible: existe
un Gobierno que no está sometido a ningún escrutinio ciudadano; el soberano le
ha otorgado el poder hace seis años, no lo ha cuestionado peor lo derogado. Más
bien la multitud le tiende la mano para compactar fuerzas en la construcción de
lo inconcluso y lo nuevo por hacer.
No existe el Ecuador incierto. Solo hay la certidumbre de un
Presidente que se llama Rafaél Correa Delgado.