Arq. Vicente Vargas Ludeña 20-03-2013
El
fenómeno político que ocurre en buena
parte de América Latina, en cuya dinámica subyacen inexorables leyes de la dialéctica en la eterna lucha de las
clases sociales, que algunos líderes, por razones poco comprensibles las ignoran,
y tampoco las agudizan; y más bien, en un coctel místico-religioso cargado de
sentimientos y emociones, buscan construir un sistema político-económico
socialista del siglo XXI.
Negar la
lucha de clases en la estructura de la sociedad actual, equivale a negar la
supervivencia de las especies más aptas
y versátiles en determinados ecosistemas. Las clases sociales y sus
antagonismos existen independientemente de cualquier voluntad. Las clases
sociales no son las fichas sobre el tablero del ajedrez, que después del juego,
el Rey, la Reina y los peones vuelven a la caja. No debe confundirse la
violencia de la turba que pueda provocar una protesta o reclamo, como los
muchos que existen ahora en Europa, y en España con frecuencia y ahínco. ¡Qué
aquello lleva implícito los genes de esa
contradicción: la lucha! No cabe duda alguna. Pero la lucha que la dialéctica
descubre como ley, es aquella en la que los individuos ocupan en el juego de
las fuerzas productivas y la apropiación de esa riqueza generada; para de
inmediato pasar a saber quién y cómo
administrarla. El magnate estadounidense del dinero Warren Buffet, con sincera
sorna, dice: “La lucha de clases sigue existiendo pero la mía va ganando”.
Ignorarla, ocultarla o peor desconocerla es pretender hacer la revolución con vino
y hostias en el altar de la misa.
La expresión
más alta y evidente de esa lucha, es el poder. En principio cualquier poder.
Pero el más arrasador es el poder político y económico. El Leviatán de T.
Hobbes; la acción humana motivada por el deseo irrefrenable de dominación
permanente, sin delegación; solo suspendida por la muerte. Pero el problema
surge, porque para lograrlo es preciso enfrentarse a los demás: “Bellum ómnium
contra omnes (guerra de todos contra todos); y la frase hecha “Homo homini
lupus est” (El hombre es el lobo del hombre); dibujan el eterno dilema de la confrontación
de los estratos sociales, solo cuando adquieren conciencia de clase. La
categoría de conciencia de clase es compleja y múltiple. Pero es ella, la
conciencia, la que construye la panoplia para la lucha: ideología, acervo,
solidaridad, desprendimiento, coraje, heroísmo; y también amor.
En el arco
iris de cambios, de mayoría coyunturales, que algunos gobiernos progresistas,
también llamados socialistas el siglo XXI, están impulsando en América Latina;
unos tímidamente, otros más radicales,
escamotean el discurso y la práctica de la lucha de clases; porque no creen en
ello, o porque no es preciso en el contexto del nuevo modelo, a pesar que sus
acciones aritméticamente están orientadas a sectores desvalidos. La percepción
que existe en los Países del ALBA, es que Bolivia dadas sus particulares
contradicciones, la lucha de clases se da palmo a palmo, estrato a estrato. La
inmensa masa indígena presenta batalla en todos los planos a la pequeña, pero
poderosa aristocracia heredera de siglos de las riquezas y del poder político.
A pesar del arraigo de su sincretismo, el futuro lo acarician con más anhelo
que otros pueblos de la región. El mismo Evo, es la encarnación de esa
conciencia de clase en la lucha por revertir la historia.
En la práctica
política revolucionaria no existen adversarios. Existen enemigos de clase. Adversarios,
son los candidatos vecinos en las campañas electorales, cuyas plataformas y
discursos son los mismos, pero con diferentes y cimbreantes cachiporreras. Nada más. La lucha de clase
esta signada por el peligro interno y externo, cuyos grupos facciosos obedecen
consignas de la anti patria. No se puede hacer transformaciones estructurales,
revoluciones, ofreciendo rosas y miel con amor, café para todos, o piadosos rosarios
de buenos sentimientos. Hugo Chávez, en Venezuela, prodigó todo lo anterior,
pero también armó a grupos milicianos civiles, atentos para dar una repuesta militar cuando la ultra
derecha amenace, independiente del vuelco que dio a las fuerzas armadas hacia
un proyecto socialista. El antagonismo de clase lleva implícito el germen de la
violencia, de la guerra civil; en fin de la revolución. Las fuerzas coaligadas
del capitalismo fascista tienen francotiradores de todo calibre, de todo
pelambre a tiempo completo para sacar del escenario a Correa, Morales, Maduro y
todo aquel que se empeñe en cambiar el destino del imperio.
El brebaje religión
y política no ha sido, tampoco será la panacea para aliviar las tensiones que
provoca la lucha. Es más, algunas sectas son aberraciones y asaltos a la razón;
hordas con la biblia en la mano usándolo como mazo al cerebro. Acaba de
demostrarlo un adocenado bíblico fungiendo de candidato a la presidencia en el
Ecuador. La religión católica goza de los mismos traumas irracionales por sus
cuatro costados, incluido el celestial. El espectáculo del nuevo Papa en el
Vaticano, es marketing, inútil para los creyentes, pero valioso y necesario para
el sistema neoliberal.