02 enero 2014
GUAYAQUIL, PAISAJE Y PARADOJA
Arq. Vicente Vargas Ludeña Diciembre 2013
No son muchas las ciudades que nacieron en un paisaje, y continúan siendo paisaje. Rio de Janeiro, es la primera que viene a mi memoria; también aquellas que cuelgan de las montañas, o incrustadas en el profundo valle conservan eternamente ese encanto. Claro está, son primero y siempre geografía natural, pero en ella se clava otra geografía: la humana. Es compleja la percepción de su forma y tamaño, cuando el mar es su horizonte y el agua es el medio. Guayaquil tiene esa seducción de ser fundamentalmente geografía. El destino de Puerto es una gracia porque es refugio, llegada, y es tentadora porque es múltiple y diversa; el mar la penetra desde el sur, pero esta huye hacia el norte; el Río que sube y baja da cuenta de su historia, le ayuda a oxigenarse y evitar la muerte que locos por el poder de todo tipo la asfixian sin piedad. Parodiando a Zavalita en la novela “Conversación en la Catedral” de Vargas Llosa, cabe la pregunta ¿Cuándo se terminó de joder la ciudad de Guayaquil? Toda crisis tiene su génesis o, es la prolongación o derivación de otras crisis. Sin embargo es una pregunta que no distrae, inquieta o alerta a ningún historiador, académico o político. Guayaquil nunca fue un dechado de orden Institucional, a pesar de su peso especifico en la economía regional y nacional. La vocinglería de falso civismo, guayaquileñismo, madera de guerrero etc. son eslogan y episodios de las élites para remover en la población sus propios sedimentos de incapacidad y poder antitético sin límites. Es la importancia económica de la ciudad lo que permitió a las aristocracias y plutocracias reclamar para sí el destino de la Nación, hasta que salió y un día se marchó para siempre el último dueño del País. Guayaquil ha sido tierra fértil de toda clase de populismos; correcto sería decir la Costa en general. Sus habitantes son de inmediatas respuestas a sus existencias, el mundo se desbarata en sus manos, confían y esperan soluciones de otros; coyunturas propicias de la burguesía para revolcar sus discursos sobre las miserias, la pobreza y proponer soluciones casi milagrosas. Así han formado ejércitos de segundones, corifeos, guardaespaldas y una feligresía a la espera del maná. Asad Bucaram E. figura señera del populismo ramplón y rupestre, que nunca se privó de satisfacer a dios y al diablo, -lo hubo también el ilustrado: Velasco Ibarra fue uno- lideró un Decreto legislativo en la Constituyente de 1966 sobre la soberanía de la Zona de Playa y Bahías que manejaba la Marina de guerra en las ciudades del Litoral, ahora, pasaba bajo la jurisdicción de los Municipios. El principio del fin se aproximaba con estos clarines. Guayaquil en las décadas del 50 y 60 crecía con vocación proletaria y portuaria al oeste y al sur, las burguesías lo hacían al norte. La ciudad explotó dinamitada por este Decreto legislativo. Lo siguieron Machala, Esmeraldas y cualquier pueblo que estuviera bañado por mar o por río. Las invasiones fueron el leitmotiv del discurso político de Bucaram, carecía de cualquier otro, lo fue también de sus sucesores los socialcristianos. Guayaquil se volvió una ciudad lacustre: los principios, las doctrinas y las reivindicaciones se erguieron sobre palafitos de miseria. Se diseñó un manual de invasiones exitosas: en las riberas, en el agua, en los cerros, en la cañadas; no quedaría accidente geográfico que no esté en la mira del político y del comerciante traficante. Este fenómeno mafioso adquirió dimensiones huracanadas; todos los pueblos de la costa vivieron el torbellino de ladrones y asaltantes, alternándose como reos y convictos numerados en la camiseta: con la “6” y la “10”, -no han requerido otra identidad por qué nada son y nada representan- asolando cualquier futuro y esperanza. Eran verdaderos apóstoles del desastre. La compresión lúcida del Gobierno del Presidente Correa, está dando la respuesta que debió haber sido siempre: el desarrollo armónico y sustentable de las ciudades. El auge y caída de la burguesía guayaquileña, las crisis políticas en el hemisferio a raíz de la Revolución cubana, la diversificación de la economía nacional con nuevos ingresos del petróleo, los sucesivos golpes de Estado en el País; organizaron un interminable y variopinto desfile de alcaldes con la lógica inestabilidad Institucional. Pero lo destacable de esta época es la decadencia intelectual, ética y moral de los descendientes de los “gran cacao”, de los banqueros, de los filántropos y de la gran troupe de inútiles y parásitos que asumieron el papel de sus progenies. Las dinastías que algún momento crearon fortunas y acumularon poder político, social y económico sus hijos no pudieron conservar, peor aún multiplicar el poder y la gloria. Se la fumaron, se la birlaron en la “dolce vita” europea y miamera. Alvarito es un paradigma de esta estirpe, pero, como fue tan inmensa su herencia, le está tomando tiempo gastársela, dilapidarla; a pesar que juega a benefactor, a político, a empresario… en fin, tiene un sin número de hobbies. El actual alcalde es contemporáneo de esa camada de cachorros. Este es el porte de aquella generación. Comprobar en los apellidos de los que manejan las Fundaciones municipales, la Junta de Beneficencia y algún otro reducto que aún conservan. Sin embargo, en ese limbo de pobreza moral en el que habían caído los hijos de papá; aparece un líder salvador que los sacará de la anomia en que viven. León Febres Cordero recupera el glamur y el estatus para la oligarquía nacional, y especialmente local; aunque no haya talento, inteligencia, solvencia moral logra aéreas claves de la economía y en ellas se zambullen para depredar. Sabemos cómo terminó el festín bancario. Cabe destacar, aquí también, que un guayaquileño sin pertenecer a las élites económicas ha logrado orillar a la rancia y decadente burguesía y bloquear sus poderes facticos. El Ecuador contemporáneo se somete a un cambio de época, a pesar que Guayaquil sigue suspendido en hilachas de lo que fue la estructura política socialcristiana. La recuperación del poder por la oligarquía, liderada por Febres Cordero le permitió refugiarse en el municipio y desde ahí dimanar el poder al resto del País. La gestión cimera municipal la objetivaron en la llamada “Renovación Urbana” de Guayaquil; para lo cual parten del diseño de dos escenarios teatrales: el Malecón Simón Bolívar y el Malecón de Salado, principalmente, luego algunos ejes viales que reciben un maquillaje de nuevos sobrepisos y luminarias, algunos tramos de veredas las ensanchan, así mismo segmentos de calles las decoran. Existe un chagrillo de espacios escénicos urbanos de acuerdo, según parece, a las emociones y sentimientos estéticos del Burgomaestre. Es importante resaltar el tratamiento que recibe la prolongación del Malecón Simón Bolívar, con la Escalinata al Cerro Santa Ana, el pastiche de la calle Numa Pompilio Llona pasando por lánguidos espacios culturales; a dónde conduce, y era el verdadero propósito de la Renovación Urbana, es cualificar lo que fue espacio público para convertirlo en recinto exclusivo de alta gama: el complejo arquitectónico y urbanístico privado de inconfundible diseño y estilo de vida miamero, llamado Puerto Santa Ana. Si el uso público del Malecón 2000, se sujeta a una serie de restricciones supervigiladas pacatas, lo que está a la vuelta del Cerro será de paso prohibido. El discurso recurrente socialcristiano ha sido y lo sigue siendo, a pesar de magros resultados, que el mercado y la inversión privada justifica todo esfuerzo y sacrificio. Para lo cual el poder público debe volcar toda obra para estimular al empresario promotor. Claro, cuando la cosecha es a vaca muerta el dinero aparece sin preguntar origen. Pero si hacemos un ejercicio breve de urbanismo en el Centro tradicional -aquí no tenemos centro histórico- de Guayaquil y lo delimitamos: al norte la Calle Julián Coronel, al sur la Avenida Olmedo, al este el Malecón Simón Bolívar y al oeste la Av. Quito, si se desea se puede ampliar radialmente esta área, en la superficie limitada se desarrollan todas las actividades administrativas públicas, la matrices bancarias estas implantadas ahí, las grandes firmas comerciales, y existen abundantes hitos y nodos urbanos de alta simbología ciudadana y cultural. Además de una abundante red de comercio grande y pequeño, formal y del otro. En este espacio los gobiernos socialcristianos durante veinte años han apostado a las inexorables leyes del mercado y a la inversión privada que nunca llegó. Axiomas neoliberales falsarios con los que obstinadamente continúan. Cualquier viandante que conoce la ciudad puede comprobar que la renovación no ha provocado absolutamente ninguna inversión particular. No existe obra alguna arquitectónica o urbana que haya modificado el perfil vertical ni el trazado reticular. Por el contrario, el diario El Telégrafo reportó un centro de la ciudad en fuga, en abandono, con actividades económicas de supervivencia, con ejes viales, pasos a desnivel y trazado de la Metrovía que han matado toda forma de vida citadina. Guayaquil tuvo en el pasado un parque industrial importante y diverso, a más de su área portuaria, esto cada vez se reduce, lo que evidencia a toda luces la miopía, incapacidad y principalmente el carácter patrimonialista y rentista de las burguesías locales. El turismo es la carta de navegación que se ha trazado la derecha privatizadora desde el municipio, incluso en el nuevo periodo si ganan las elecciones, apuestan por la misma actividad económica. La visión administrativa de lo público para esta derecha preescolar pero rabiosa, es a imagen y semejanza de las ciudades de los EE. UU., cuyos alcaldes regularmente son multimillonarios, ellos no construyen ciudadanía, gerencian el dinero público en Bolsa y privatizan las necesidades humanas. Los escenarios que construyeron en los malecones ya saturó la demanda turística y novedosa, local y nacional ¿No se les habrá ocurrido que al extranjero lo pueden atraer con esa fachada? Pero en todo juego de azar alguien sale con beneficios y sería saludable conocer los terratenientes urbanos que se ha apoderado del centro que hemos analizado; grosso modo, podemos apreciar que gran parte pertenece al mismo grupo étnico, conservan los mismos rasgos de desprecio por lo colectivo -es decir la ciudad- y corren solo en pos de la renta. Edificios y casas viejas que se van convirtiendo en solares vacios, esperando el engorde del valor del suelo. Como el municipio gobierna para ellos y son parte del poder, ahí dormitarán hasta un día despertar a un nuevo amanecer. Dijimos que podíamos irradiar del centro al norte, sur y al oeste y el horizonte es el mismo: una inmensa y compacta mancha descolorida de techos de zinc. El Suburbio que se hunde en el manglar, el Guasmo que lo contiene el Estero y el Río; y los cerros que los colorean para ocultar la vergüenza y halagar de alguna forma a los nuevos vecinos del Puerto Sta. Ana ¡Cuánto daño hace a la sociedad el maridaje sin escrúpulos del poder político y el económico! El gobierno local no participa ni le importa la construcción de ciudadanía, le interesa y gerencia negocios, en consecuencia se vuelve cómplice de la degradación de la forma de vida, los meandros de mar que fueron agredidos se vuelven trampas de la pobreza. Pero Guayaquil es paradójico, la burguesía también busca placidas riberas de los esteros, de los ríos. Urdesa es gran ejemplo, el Estero bordea todo el conjunto urbanístico: aguas claras, navegables, un micro sistema natural envidiable; hasta que un día los mismos industriales primero, luego la masa invasora, trocaron a ese remanso de mar en una colosal alcantarilla. La burguesía tiene gran capacidad de movilidad, el espacio es una fortaleza. Esta vez emigró a un aislado territorio de geometría triangular -La Puntilla- bañado por dos caudalosos Ríos: el Babahoyo y el Daule, como bisectriz de ese triángulo surca el único eje vial, convirtiéndose en la yugular de la zona; si consideramos que cada miembro de la familia tiene vehículo más todas las otras actividades complementarias, en una emergencia de catástrofe no es difícil evaluar los resultados. Ojalá jamás se estrangule con vidas. Como siempre lo han hecho, los municipios no construyen urbanismo, tampoco ciudadanos, solo administran poder político y dinero, desde ahí perviven en sus canonjías y cuelgan sus escudos nobiliarios. La invasión del suelo urbano en Guayaquil, es un problema de lucha de clases. Parece que las teorías de M. Fiedman surgieron aquí, con respecto a: lo público es mío. No solo el proletario se apropia de tierras baldías y ahí construye un remedo de casa; también lo hace la burguesía rentista. La diferencia es que el primero aspira que ahí quepan sus sueños; el segundo es si todo cabe en sus bolsillos. El complejo urbanístico y arquitectónico de Mall del Sol, buena parte fueron tierras de conquista de una banda de traficantes en tiempos de una célebre alcaldesa; el reclamo pudoroso a semejante vergüenza y descaro terminaron en manos de grandes promotores inmobiliarios con el Sol como faro. Independiente de la dudosa tenencia de la tierra, el uso del suelo, porcentajes de área de implantación entre otras son regulaciones municipales que no existen. Aquel proyecto posee una promiscuidad y hacinamiento arquitectónico que busca confundir y disimular el estilo de su modesta modernidad con un híbrido estilo High Tech; para el que lo habita debe ser más característico. Construcciones de alta calidad -mucho vidrio, aluminio- enfiladas y agrupadas en enormes bloques propios para vivienda multifamiliar subsidiada. Otra estrella del “desarrollo” urbano de la ciudad es el conjunto comercial, vivienda y servicios en el sector norte de la ciudad que evidencia la inexistencia de un Plan Regulador, ni normas mínimas a cumplir. Arranca del City Mall hacia el este, en el único eje vial existente de segundo orden, ya de tráfico colapsado, poblado de centros educativos, residenciales y comerciales; sobre esta calle se construyen edificios de gran altura. Lo singular de este mega proyecto urbano y arquitectónico es que las edificaciones están emplazadas y parten desde la misma línea de fabrica; las marquesinas que señalan los ingresos llevan el plomo del bordillo; son de una mezquindad suburbana con el espacio, que un vehículo que se estacione momentáneamente puede provocar el apocalipsis. Es necesario enfatizar que la zona tiene una trama reticular de todas las calles ciegas, de segundo y tercer orden. La movilidad, la contaminación, la sustentabilidad y el modelo de vida serán de última categoría. Guayaquil es una ciudad patética, amada y maltratada por su población, manipulada por las élites que conocen o han vivido en metrópolis europeas y norteamericanas, despreciada por políticos gamberros, indiferente a sus colegios profesionales: Arquitectos, Ingenieros, Salubristas etc., engañada por los medios y adulada por cronistas cursis. No es la fragua, ni el crisol que melosamente vociferan las oligarquías decadentes. Es simplemente el lugar que ahora, hoy, desde otra visión política, nuevos e inteligentes liderazgos está aprehendiendo a construir ciudadanía donde todos puedan tener un lugar un futuro y una Nación.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)