Arq. Vicente Vargas Ludeña Mayo, 21 de 2015
El derrumbe del Imperio Romano tiene múltiples relatos e
infinitas interpretaciones. Existe, solo una: desapareció. El poder imperial no
está más, pero la espléndida superestructura del sistema, pervive para siempre.
Después de Alejandro Magno que llegó hasta los confines de la tierra, solo Roma
lo repitió. Y esa es la clave de los imperios; se vuelven el centro del universo;
mega estrellas que primero irradian con
su luz y queman con su fuego a los pueblos que subyugan; luego los atrae
gravitacionalmente estrellándolos en sus glorias, en sus fastos, en sus sueños
de eternidad. Roma eterna. Terminan devorados por sus propios vasallos. El
centro del imperio, Roma, ha sido objetivo militar, político y botín de los
pueblos a los que sometió desde Teodorico, en intermitentes campañas de los
Ostrogodos, Visigodos, Longobardos, Francos, Moros, Normandos, Germanos,
Húngaros y Vikingos. Los chinos y los japoneses lo están haciendo ahora, con el
libre mercado. Los depredadores bárbaros, cual buitres devoraban lo poco que
quedaba de una civilización que se consumía en su propia inmensidad; la
contradicción dialéctica apagaba la luz, el desarrollo, progreso, se eclipsaba
y oscurecía la vida de un continente en una prolongada y tortuosa noche. “La
religión como la luciérnaga, necesitan la oscuridad para brillar”.
Había llegado la Edad
Media. Mientras pasados Imperios brillantes tenían muchos dioses, con ellos
convivían, los permutaban y los refundían en otras divinidades; nunca fueron
utilizados como armas de conquista. El Olimpo morada de todos los dioses, se
transmutó en cielo, paraíso de un solo Dios. De pronto llegó la sombra del progreso
encarnada en una sola divinidad. Y aparecieron otros pueblos con su propio y
único Dios: los cristianos, islámicos y
judíos. Con esa entelequia se propusieron crear nuevos imperios, nuevas
civilizaciones. La violencia, las guerras religiosas, la evangelización entraba
en juego para imponer sus deidades. No ha terminado aún la jornada, todavía
existen mundos impíos –su Dios no es verdadero, no conocen, la democracia y un
sartal de valores que no tienen, es el argumento de la justicia infinita- a
ellos se está llegando con todo el poderío militar para transformarlos.
Oriana Fallaci, escritora italiana ya fallecida, advierte en
su obra “La Fuerza de la Razón”, sin disquisiciones teológicas, la desaparición
del cristianismo como herencia y valor cultural de occidente. Su temor, es la
amenaza principal y tal vez única, el avance del islam en Europa; independiente
de otras sectas cada vez más exóticas y audaces, derivadas de los mismos
troncos: el Dios verdadero, la salvación eterna y otras monsergas que compiten en irracionalidades, las religiones. Samuel
Huntington también juega con ese leitmotiv, “El Choque de Civilizaciones”,
reduciendo el tema de la penetración de culturas periféricas a
naciones más desarrolladas. Occidente es la Meca invertida, no para
orar, sino para sobrevivir. El tema central “Del Choque…” es la religión,
concretamente, el Islam. Los demás factores sociológicos tienen poca
importancia en su obra. Encubre en esa fachada catedralicia el carácter
imperial de los Estados Unidos y con ello justifica la política
expansionista, depredadora, agresiva y
hegemónica; especialmente en la región más compleja en sus formas de gobierno;
rica en recursos energéticos, y ser a la vez
ruta de la seda, cuya meta es precisamente China.
No propongo un debate teológico, religioso o catequístico;
suficientes razones intelectuales tengo para despreciar el deísmo como razón
existencial. Es la indignación que provoca la utilización perversa del recurso
más irracional: la religión, que la
especie humana manipula, con fines políticos de dominación. Para poner sobre la
mesa lo antes expresado leamos lo que dice Arthur Schopenhaeur (1788-1860): “Si pudiese asegurarse de otro
modo la vida eterna al hombre, al punto se enfriaría su ardiente celo por sus
dioses, y hasta cedería el sitio a una indiferencia casi absoluta en cuanto se
le demostrase de un modo evidente la imposibilidad de una vida futura…Por eso
los sistemas materialistas o los sistemas escépticos del todo nunca ejercerán
una influencia general o duradera… Verdad es que, si estuviésemos de humor
satírico, pudiera añadirse que esa necesidad es modesta, pues se contenta con
poca cosa. Fabulas burdas, cuentos insulsos, y a menudo no hace falta nada más.
Grábense temprano en el espíritu del hombre, y esas fabulas y leyendas llegan a
ser explicaciones suficientes de su existencia y puntales de su moralidad.
Pensad en el Corán –lo mismo haced con la Biblia-. Ese libraco ha bastado para
fundar una religión que, difundida por el mundo, satisface la necesidad metafísica
de millones de hombres desde hace mil doscientos años -y van más- . Sirve de fundamento moral, les
inspira un gran desprecio de la muerte y entusiasmo para guerras sangrientas y
vastas conquistas. En este libro -lo mismo en la Biblia- encontramos la más
triste y miserable figura del deísmo. Tal vez haya perdido mucho en las
traducciones, pero no he podido descubrir en él ni una sola idea de gran valor, lo cual prueba que
la capacidad metafísica no va a la par de la necesidad metafísica.” Efectivamente,
es humanamente estúpido fundamentar la existencia de la civilización en
pensamientos etéreos, carentes de la más insignificante racionalidad,
característica de las religiones y sus dioses que nos acosan.
Desde esa perspectiva en la posmodernidad, las religiones
seguirán existiendo en una ambigua nubosidad de deseos de saber el destino del
ser humano, y la manipulación como herramienta eficaz de alienación. Cierto, no
es la razón única arma para la conquista planetaria que dispone el imperio;
tiene otras: la zanahoria y el garrote.
La trashumancia es
histórica, buscar lugares para el pastoreo; los grupos humanos emigran a
espacios donde haya comida y abrigo, también. La emigración es la plaga del
siglo XXI para los países de Norte:
Europa y Estados Unidos. Según la Fallaci
el continente europeo está siendo tragado por los musulmanes; le llegan
del Este y del Sur. Del Sur arriba la más negra fatalidad y muchedumbre, no
pueden mimetizarse. Su procedencia, ancestros y su negra piel crean prejuicios
y resistencia racial. El inmigrante musulmán no entra a Europa envuelto en su
indumentaria, tampoco se inclina a determinada hora para la oración rutinaria.
Todo lo hace cuando se integra a la comunidad filial, donde sus predecesores ya
se han adaptado en el nuevo País. Aquí
empieza la lucha por la identidad cultural y la aceptación, la tolerancia al
rechazo de los otros, y la puesta en práctica de sus creencias. Las relaciones
tensas y hasta guerreras entre los Países de la región árabe, las
inequidades provocadas por las
estructuras jerárquicas de poder y economías extractivas, la utilización de
esas naciones por el imperio en guerras sin futuro; expulsan a sus habitantes a
otros continentes. A su vez se vuelven punta de lanza de la colonización
sistemática que aspiran las élites, especialmente árabes. Bumedien sucesor de
Ben Bella, tras un golpe de Estado en Argelia sentenció: “Un día millones de
hombres abandonarán el hemisferio Sur para irrumpir en el hemisferio Norte, y
no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán y lo conquistarán
poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dará
la victoria” He ahí, el principio del fin. Turquía fue vetada su ingreso a la
Unión Europea por su carácter musulmán, a pesar de haber realizado todos los
deberes obligados de una nación occidental. Pasó con buenas calificaciones
inclusive en escritura y lectura latina. Pero su pasado, presente y su cada vez
más radical islamismo le cerró las puertas. Europa no puede permitirse abrir
semejante frontera por donde se filtrarían no menos de veinte millones de
musulmanes. La tasa de crecimiento de estos grupos en el continente es de 6.4
%, mientras los “cristianos” es, 1.4 %. Indudable, Europa se ha rendido al
Islam, a cambio de petróleo, aceptando ciudadanos de medio Oriente como
inmigrantes legales, incluso se ha comprometido a incluir en sus centros
educativos la divulgación de la cultura musulmana, como necesidad para conocer
el paralelismo con el cristianismo. Con ello viene la implantación de toda la
parafernalia semejante: Mezquitas, Centros de Estudio del Corán, normas y
reglas de conducta musulmana, etc.
Los chinos se han
esparcido por el mundo desde hace siglos, construyen su China Town en cualquier
metrópoli; no exigen más que reconocimiento ciudadano; buscan no ser diferentes
de los demás; claro, sus ojos, su estatura y su dejo cantor al hablar los
señala inmediatamente como otros. Sus dioses, si los reconocen, y sus prácticas
espirituales son para sí. No buscan pregonar, como otras creencias que andan en
escuadrones visitando y tocando puertas para enseñar lo que ellos creen.
La emigración de Latino América hacia Estados Unidos, también
objeto de análisis de Huntington, no lleva la impronta del Islamismo europeo,
conquistar y dominar, sino plagar el País de emigrantes que no aportan más que
información para los demógrafos. Al fin, el Norte y el Sur Latinoamericano
están plagados por el mismo síndrome: cristianismo, una y mil formas de
expresión religiosa semejante. Estados Unidos es un nido donde empollan, antes
y ahora, profetas, misioneros, y santones; cada uno organiza escuadrones de
secuaces que siguen sus farsas. Menciono algunos: Joseph Smith, Charles Tazo
Russel, los Cristian Scientists. Es larga la lista de estúpida contradicción en
la Nación de la ciencia y la tecnología. Además, los creadores de aquellas
feligresías religiosas son personajes de alto perfil mediático que terminan
aborregando a muchedumbres y por supuesto enriqueciéndose sin límites y
sometiendo a sus instintos a las ingenuas mujeres creyentes. De tal modo que a
la par que producen hamburguesas, crean sectas de potente atracción piadosa y
económica; luego salen expediciones a evangelizar el mundo. Pero existe un
fenómeno digno de resaltar en esta disquisición. A los negros los esclavizaron
con cadenas metálicas; los liberaron atados a la Biblia; finalmente, ellos
mismos volvieron a la servidumbre con el Corán. Maldito destino. El 85 % de los
negros en EE. UU., profesan el islam y cada día se suman, desde rutilantes
estrellas del deporte, la música o el entremetimiento. Malcom X es la figura
más señera en la historia que está por contarse. El concepto WAP que defienden
los fundamentalistas, tiene sus razones en la interpretación religiosa de la
sociedad: Blanco, Anglo y Protestante. Los negros se apoderan del Corán, como
identidad racial para desprenderse de sus esclavizadores. ¿Hasta dónde llegarán
los negros y otros grupos en ese juego del islam como parias y terroristas que
el sistema les ha asignado? Barak Hussein Obama es un cromosoma negro de rasgos islámicos en la complejidad de la
sociedad norteamericana, la cultura, la política y la ideología en la
globalización.
El Nuevo Orden Mundial ha diseñado un modelo de sociedad, en
la que el Imperio contemporáneo prevalezca en el tiempo y cubra toda la
geografía. Pero sus pensadores se equivocan, o si lo intuyen no lo dicen. En el
pasado los imperios reinaban dinastías y pervivían centurias. En la
posmodernidad son como sus productos industriales de “obsolescencia programada”.
Los Estados Unidos no llegarán a la tercera edad como rector imperial, y no
podrán perennizar el destino manifiesto que se atribuyen. Las contradicciones
internas que han surgido en sus propias entrañas, como dice Z. Bauman, el falso
mundo del dinero y los fastos del consumo, han licuefactado los verdaderos
cimientos de la civilización productora, creadora, perdurable, de amor, filial
y solidaria.
Cuando terminen de llegar las ultimas oleadas de inmigrante
del Sur solo con sus bártulos a la espalda y apoyados en un cayado, el
esplendor de la civilización occidental y cristiana habrá terminado en las
espesas tinieblas de las catacumbas, si antes, la imbecilidad imperial del
destino manifiesto no ha conflagrado el planeta con todos los artilugios genocidas
que guardan en los silos de la muerte. Porque con el Corán en la mano, o las
estampitas de la Virgen de Guadalupe colgadas del pecho, no se construye un agujero, ni se produce un mendrugo.