26 julio 2016

Los asombros del río.

Este texto es una lectura personal de la novela "Rio de sombras", escrita por Jorge Velasco Mackenzie. El domingo, 24 de julio del 2016, la sección cultural CARTÓN PIEDRA, del diario EL TELÉGRAFO, lo publicó.



«La ficción no es la vida vivida —dice Vargas Llosa— sino otra vida fantaseando con los materiales que aquella suministra y sin la cual la vida verdadera sería más sórdida y pobre de lo que es»; esta, la ficción, es el suelo donde se cimenta y levanta esta laberíntica edificación, Río de sombras, de varios niveles y construida de varias sustancias: el agua, la tierra, el manglar y la sombra etérea; habitados por seres nihilistas, esperpénticos, estragados por la incertidumbre, la misma que adquiere razón práctica en la existencia de estas criaturas que esperan su irremediable destino fatal: ser devorados por la sombra.
Los objetos y la ciudad adquieren en la novela dimensiones caleidoscópicas, ensoñadoras, impregnadas para siempre en la memoria, gracias a la ficción, confeccionada con todos los remiendos de la «vida vivida». Aquí debemos incorporar la nuestra, porque se trata de la ciudad que habitamos. Esta misma esquina en que nos encontramos hoy es parte de la ciudad que Velasco Mackenzie se endemonió reconstruir en Río de sombras.
Reflexionemos un momento: ¿Cómo encontrar las poéticas ensoñaciones en una ciudad, descrita turísticamente, es decir, como reflejo de una fría realidad, enumerando un listado de sitios de «interés»?; será rica y agradable para algunos, en la mayoría, despistados y sosos. Si es el lugar de trabajo, cuando este lo «hizo Dios como castigo» —como dice el son—, ¿qué sensaciones y placer puede despertar? Peor, cuando subyacen bajo el oropel, miles de seres buscando un mendrugo en los basurales, desde donde nacen las formas de la abyección y marginalidad. Todo eso es real y patético pero no es la ciudad que debemos soñar; los ensueños que nuestra cotidianidad urbana cimenta en la conciencia son el producto de esa realidad, hasta hostil a veces, más la fantasía que alimenta las utopías; somos hilachas de las urdimbres que la ciudad teje en las redes urbanas y como en la polis cual fragua se templa el zoom político, el filósofo, el sabio, el héroe —también los antihéroes—, el placer y la tragedia: materiales necesarios para construir una vida. Todos los nombres que se reconocen en Río de sombras son hijos de la ficción, pero también pueden ser hijos de esta realidad temporal.
La historia de la ciudad del sur que narra el ciego Morán es la ciudad-puerto impregnada de aventura y señorío, rescoldo de pólvora dejada por los bucaneros, de riqueza y asombro por todo lo que venían de allende los mares; desde el barco mismo, que por su colosal tamaño desafiante, su fugaz y enhieste figura, hundida en el río, el ronco, pero potente llamado a los suyos que en las noches gemía, era señal urgente de que mañana ya no estaba. Todo eso constituía pujanza, novedad, perplejidad, urgencia, abolengo, sudor, esperanza, atracción; a los suyos y visitantes.
La prosapia marinera de la ciudad circulaba en el torrente cultural de sus habitantes, la nave, el barco, la lancha, la panga, la piragua, el vapor, la canoa son significantes de una forma y hasta un estilo de vida. El constructor urbano, el arquitecto, antes que aquello eran armadores de barcos: el arquitecto que ocasionalmente llegó por estas riberas solo trabajaba con barro y piedra, y este material era lo que menos había. Por lo tanto, el barco es resultado de la nobleza de la madera, aquella expresión formal del material y la expresión final de la forma adquirían dimensión canónica en la construcción de edificios de la ciudad. El constructor era un «carpintero de ribera», él y solo él sabía sacarle a la madera sus cualidades físicas y estéticas. Esta impronta marinera es la génesis y el telos, el alfa y el omega, de estos rezagos de generaciones en Río de sombras. Regresar al mar, venir del mar, navegar el golfo, bogar por el río de norte a sur, de sur a norte, por los meandros que forman las islas, cuyas islas están pobladas por aves y todas las formas de vida que alimentan el manglar. Retornar al manglar, a buscar fantasmas por encargo de Lavinia; construyendo catedrales y falansterios, laberintos de este enmarañado ramaje, es precisamente esa conciencia fantasmal de la que se preñan los que medran en la soledad y en la vastedad del mar. Ahora mismo, regresó un hijo mío de sus prolongados periplos marinos, claro que no es capitán ni marinero, sus afanes técnicos lo tienen hasta sesenta días en el mar, quince días en tierra; en el medio blando, el aislamiento y la soledad los obliga a alimentarse del mito, y sus relatos me han sacado momentáneamente de mi asiento firme y mis referentes urbanos.
«Barcos carboneros que jamás han de zarpar. Torvo cementerio de las naves que al morir piensan que a otros mundos ya jamás han de partir», rasga la letra del tango lastimero que llora la pena de cascarones moribundos, llenos de nada, cargadas sus bodegas de repleto silencio, arropados por la sombra del olvido, naves cancerosas de herrumbre, naufragando en los recuerdos de sus torvas travesías, chapaleando la quilla sobre espumosas olas y desafiando ciclones, polifemos y sirenas, para —cual Ulises— regresar a casa. La imagen del barco naufragado en la orilla, escorado en la arena, es el drama de enormes reminiscencias, es la representación trágica del poder y la nada... escenarios patéticos de toda ciudad porteña. ¿Serán acaso íconos y símbolos de Guayaquil que no retornarán? ¿Serán las últimas reminiscencias que Jorge Velasco Mackenzie nos ofrece, para después de esto, voltear la página y cerrar el libro? A lo mejor es un camino para reinventar la ciudad, lo dicen sus narradores, hasta juegan en un tablero como un dominó quitando y poniendo trozos de ciudad de acuerdo a su real entender y saber. Debemos recordar que la historia tiene cifradas las ciudades que se han agotado, envejecidas; sería mejor: que agonizan, que han muerto y desaparecido, como la hermosa Troya y la sagrada Teotihuacán. La ciudad es un organismo vivo, no el espacio reticular ajedrezado, tampoco las fajas negras de asfalto —a mayor faja mejor whisky—, ni los amasijos de hormigón armado, la ciudad es eso, más la multitud secular de sus habitantes y las ficciones; de esto ya halamos.
«La ciudad —dice Arnold Toynbee— es una agrupación humana cuyos habitantes no pueden producir, dentro de sus límites, todo el alimento que necesitan para subsistir». Guayaquil se caracterizó por ser intermediaria de sí misma y de otros pueblos regionales, su hinterland magnetizó por décadas a todos los pueblos que se satelizaron hasta el presente. Pocos han logrado liberarse de esa atracción gravitatoria. Quevedo sería el más notable, un poco Milagro, etc. Pero hablemos de la ciudad acorralada por el río, esteros y marismas, como la ciudad amurallada del medioevo, para traspasar esos límites, pasar del caserío a la polis, de esta a la metrópolis, edad donde hoy estamos asentándonos, de aquí a la megalópolis, y lo que nosotros ya jamás viviremos, la ecumenópolis. La historia es el bálsamo del entendimiento que nos ayuda a comprender el lugar que ocupamos, para reforzar sentimientos de identidad y pertenencia indispensables en el ejercicio de la virtud vital y creadora.
La ciudad que encontramos en Río de sombras es, a no dudarlo, núcleo y crisol de identidades, que no tienen urgencias y más bien es una urbe que atraviesa con lentitud la transición que el tardío desarrollo industrial provocó, a un proceso de conurbación que no se detiene ni se detendrá, hasta la conurbe regional, es decir el crecimiento como hongos de las megalópolis que se ven en los países desarrollados hacia la fusión en una ecumenópolis. Este fenómeno que el urbanismo denomina conurbación, en Río de sombras adquiere dimensiones macondianas. El ciego Morán, narrador de esta fábula, relata las luchas heroicas de cómo fueron urbanizados por los propios invasores los guasmales del sur, pertenecientes a un poderoso terrateniente Don Juan X —equis, no por anónimo, sino, por décimo, de dinástico—. La necesidad, la urgencia de espacio vital para construir un hogar, despierta a esta masa humana: coraje, tenacidad y talento; el trazado de calles, la lotización de la tierra de cada cual, lo realizan a tanteo de piola y estaca. Para constancia documental, lo estampan como plano regulador en una enorme sábana, como lienzo sagrado de un sueño materializado.
El autor de la novela mueve a sus engendros en una ciudad que se agota en la memoria —de los años cincuenta o sesenta para mí—, traza una poligonal y cierra un triángulo equilátero, de cuyos lados, uno lo limita y define el Río de sombras, amenazado de ahogarse por la umbra; los otros lados de la figura geométrica se encuentran difusos en sus límites. El cerro al norte, desde donde bajan los recuerdos de sus habitantes, Basilio y sus panas, constituye un vértice. Al sur, la cantina y la fonda del Mercado Sur y el parque de los cien años, son los otros dos vértices de esta figura bidimensional de la ciudad. Cada lugar está poblado por íconos, que se transforman en hitos y nodos urbanos: son también nuestros referentes en el lenguaje de la ciudad. La torres del reloj como faro del tiempo cronológico y del tiempo histórico, en el malecón. El sátiro y la bacante en el parque, donde sensualidad, erotismo y lascivia son los estímulos para el comercio de la carne, no de la vacuna precisamente. El parque de los cien años, es otro referente urbano, desde donde llegan y parten, citas y encuentros furtivos; las cuatro puertas son las coordenadas de una estatuaria que se encuentra en la columna central, alumbrando libertad; el tráfago de este espacio público, es incesante, abrumador. Toda la ciudad, cada día se plaga: de agoreros, santones, hermanitos, bíblicos que anuncian el fin del mundo, energúmenos, rufianes, maricones, putas, cabrones y toda la abyección que van costrificando las calles y plazas públicas. Por supuesto que existe otra costra humana parasitaria y rapaz, en los espacios hiperprivados: clubes, bancos, corporaciones, cámaras, gremios, repugnante y abyecta, también.
La novela que nos ocupa hoy es una profunda reflexión antológica de sus criaturas marcadas por la tragedia: el destino y la fatalidad, son frías cadenas que los atrapan y esclavizan; la adversidad, la incertidumbre son coordenadas difusas de estos antihéroes. Si la visión trágica del héroe es la consideración eficaz de la libertad, que no admite fatalismo ni superstición y está más cerca en la plenitud de su sentido; el ethos de Basilio y sus congéneres carece de libertad, está impedido de hacer lo que quiera y de desear lo que quiera. Ser libre no significa obtener lo que se quiera sino determinarse a querer (capacidad de elegir) por sí mismo, sostenía Sartre. No ser libre es no tener opción de elegir, es caer en manos de la suerte y el destino, con la visión trágica del pesimista. El carácter de las criaturas que habitan Río de sombras está en manos del albur, la suerte y sus vidas: son, de principio a fin, azarosas. «El héroe —dice Savater— aspira a la perfecta nobleza, es decir a que su deber no se le imponga como una coacción exterior, sino que consiste en la expresión más vigorosa y eficaz de su propio ser». Por eso, el esplendor y la tarea del héroe se aprecia cuando su vida cae vencida, no por el destino aciago, sino por luchar. El héroe es aristócrata y noble porque es aportador de la virtud, porque entrega parte de sí, «una joya, un resplandor», prácticas, que son más fáciles de comprender que de expresar. Es la que en lenguaje comercial ahora llaman excelencia, pero no es eso a lo que me refiero. La existencia antológica de las criaturas de la novela lleva la impronta de la visión trágica, del antihéroe, de tal manera que a esas vidas —como son de sueño, es decir, de muerte de la memoria, como aquellos «barcos carboneros que jamás han de partir»— la desmemoria se encarga de apagarlas como una lánguida vela de cebo.
Velasco cierra esta visión trágica de la libertad imposible del antihéroe y de la memoria desvanecida. En los últimos minutos del día, Basilio pesca desde el fondo del mar, su propia historia y la ciudad que siempre estuvo buscando a pesar de tenerla a sus pies. En materiales fantasmagóricos y caligrafías casi dactilares se reconoce que es él mismo, y que «adelante está la ciudad, una ciudad gris en las tierras del sur». Su increíble encuentro lo lleva a dudar una vez más de su existencia y se pregunta: «¿A quién le contaré todo esto si no me lo van a creer?». «A nadie», se responde a sí mismo, «pero no importa, se lo contaré a mis palabras». El recorrido sinuoso por las páginas de este libro, que he tratado de entender no para la razón, pero sí para la emoción, ha sido lento para llegar a apocalipsis que no existen, a seres inmateriales (hechos solo del verbo), a la memoria colectiva que se opone a olvidar, a la ciudad como recuerdo presente y al inagotable mundo de todas las percepciones cognitivas y sensibles de tantas «cosas inútiles», que nos conmociona el placer de la lectura de un gran escritor como Jorge Velasco.

11 julio 2016

NEGRO DESTINO


Arq. Vicente Vargas Ludeña
Los últimos episodios sangrientos y racistas en los Estados Unidos, son la consecuencia de un solo fenómeno: la histórica estructura socio-económica e ideológica de la sociedad estadounidense.
Los negros, a pesar de estar en las raíces –como esclavos- de esa sociedad, jamás han sido miembros de esa nación. Su pertenencia e identidad han sido sustancias vacías, entelequias colectivas. Recordar, que con los negros que sobraban crearon algunas naciones lejanas: Haití en América Central y Liberia en África occidental. Los demás que poblaron el continente fueron cimarrones primero, y luego colonos.
 Desde la lógica genética actúan y viven como  estadounidenses, a pesar que no están en lo cánones del conjunto WAP –White, Anglo, Protestant-. Son seres fallidos. En consecuencia desde esa lógica reaccionan contra el stablishment; a pesar de su domesticación creyente y sectaria con la Biblia como motor de sus vidas, riñen constantemente contra las normas de los blancos. El inmigrante hispano, especialmente, también minoría, el temor y el miedo de ser descubierto y desarraigado fue su constante. Procura siempre transgredir lo menos posible las normas. Está consciente que aquél lugar no le pertenece. Que es un intruso. Esa característica, la del negro, el origen esclavista de sus ascendientes y los hijos de los hijos, los presenta ante una impotente y brutal desigualdad, y a una lógica discriminación racial sempiterna.
Este fenómeno requiere prolongadas y sesudos análisis. Aquí, solo pretendo señalar la impudicia y estulticia de las elites económicas, políticas, los tink thank –tan prestos y abundantes- con los que se alimenta el capitalismo contemporáneo llevado a su máxima hegemonía: como Imperio. Los tutores del sistema saben que los imperios declinan: en el pasado lentamente, en la actualidad abruptamente. Una guerra en sus praderas es la clarinada de su extinción.
§  En la cima del delirio, para cundir de temor y miedo al mundo, no pestañaron en atentar, por medio del terrorismo, contra su propia población e integridad el 11 de septiembre del 2001.
§  Acopiaron toda su parafernalia de guerra y muerte, y salieron por el mundo a masacrar vidas y destruir Naciones, crear odio, venganzas en nombre de la democracia y libertad.
§  Han alimentado patológicas conciencias corrompiendo a grupos de las naciones que agreden. Volviéndolos traidores de sus pueblos. Han creado monstruos depredadores de la especie humana.
§  Los ingenios creados –Frankenstein- por el imperio se devuelven contra sus genios engendradores. Europa les está dando la bienvenida con sus propios muertos.
§  Estados Unidos, hasta ahora había estado saliendo airoso del terror que sus engendros son capaces de provocar. Pero ya está probando, en casa, la propia medicina que aplica en el mundo. Piensan que siempre será así. Que su remota ubicación geográfica de las naciones que destruye, lo libera de los estragos que ocasiona. Europa no. Hasta sus alcobas les llega el calor de las bombas suicidas.
§  La triangulación: Estados Unidos, País terrorista; monstruos islámicos terroristas, carniceros de Alá; alienados, enajenados blancos o negros terroristas en los mismos EE. UU.; empieza a dar sus frutos. El terrorismo global e indiscriminado. Cuidado dejarse comer el cerebro, con lo de “lobos solitarios”, “dementes” u otros eufemismos. Existe una fatal conexión en ese triángulo.
§  La escalada imperial que los Estados Unidos lidera, solo culminará con la guerra total.
Mientras eso llegue con toda su destrucción, la dialéctica de la sociedad y la historia, ese País se carcome de adentro para afuera desde sus primigenias estructuras: el esclavismo, el racismo; la heterogénea composición social; la acumulación de la riqueza en el estrato más delgado de la pirámide; el desprecio a los otros con sus renovados y cada vez más truculentos normativas de seguridad, y discriminación económica.
Las tres últimas masacres de vidas humanas -San Bernardino, California; Orlando Florida; y, Dallas Texas- ajenas al tráfago político, tienen todas las características de los manuales terroristas, y son inocultables sus vinculaciones, de mil maneras, con los grupos islámicos de Medio Oriente. La serie de televisión HOMELAND, interpreta con mucho realismo la vinculación enajenada de los protagonistas con los carniceros de Alá. Al final se agrega una lista, no completa, de organizaciones terroristas que Estados Unidos y Europa han creado alrededor del planeta.
Obama representante legal del terrorismo internacional, siempre calculado y meditabundo, después que los pensadores tanques le diseñan el libreto, aparece ante las cámaras de los noticieros y lanza los titulares que el mundo consumirá. Con frases hechas, lugares comunes vierte sus lágrimas de cocodrilo, lamentando las muertes que uno o varios “desquiciados” provocaron. Su presencia en el atril frente al micrófono es para negar cualquier sospecha de lazos del acto, con sus terroristas “buenos” de otros lares.
 Es comprensible, pero canalla, que no admita nexos de los actos terroristas con la muerte de personas inocentes, aunque el grupo policial asesinado, recientemente, no era tan ajeno al instinto asesino con el que están formados. Porque eso significaría su propia destrucción. Un País en el infierno. No podría justificar jamás sus campañas de terror en el exterior. Además, las elecciones –ad portas- son una prueba tirante en los intereses de las elites y las corporaciones.
El terrorismo es una expresión de la lucha política. Ha existido siempre. Lo seguirá habiendo. Ben-Gurión, luchador sionista y fundador del Israel contemporáneo, fue un activo y eficiente terrorista en la independencia y fundación del Estado israelí, en la actual Palestina. Cuando el terrorismo adquiere proporciones demenciales estamos frente al protonazi-fascismo. Las luchas religiosas siempre se han cubierto de horror en nombre de dios. Las justificaciones que el ex presidente de los Estados unidos, George W. Bush, despliega al mundo, sobre la sangrienta y destructiva invasión a Irak, que conjuntamente con T. Blair llevaron a cabo –Aznar fue un enano recadero-: son sencillamente nazi-fascistas, e irracionales desde cualquier orilla ontológica e ideológica. “Que el mundo actual, está más seguro sin Sadam Hussein”. En consecuencia, no tiene de que arrepentirse ni pedir perdón. Esto es, desde la más cavernaria racionalidad, una dolorosa pedrada a la inteligencia humana.
En Asia Menor y Oriental, históricamente se ha recurrido a estas formas de organización de lucha, independencia o conquista. El islamismo es tierra fértil para cultivar estas prácticas. Lo fue también, el cristianismo con las Cruzadas. Propaladores y defensores de la fe, el Corán, la Biblia y otras monsergas; fueron y serán las motivaciones primarias.
Daniel Estulin, en su último libro “FUERA DE CONTROL”, dice: “Aunque tanto los medios de comunicación como los gobiernos occidentales se han esforzado en hacernos creer que los atentados terrorista de Charlie Hebdo en Paris fueron exclusivamente obra de los radicales yihadistas, la realidad de los atentados nos enseña una lección muy distinta. Lo que está ocurriendo en realidad no es una guerra de religión, sino que son las huellas de un profundo juego geopolítico que están en manos de las potencias occidentales y de los amos del mundo. A día de hoy, Estados Unidos, sus socios de la OTAN y sus socios regionales, como Israel, Arabia Saudita y Qatar, están armando, financiando, protegiendo, formando y poyando a los extremistas islámicos. Su objetivo: un cambio de orden en Oriente Medio.
Fruto de toda esta estrategia, la tensión con las naciones islámicas irá en aumento y la crisis internacional crecerá en un futuro próximo y es que lo estamos viendo en el presente no es una simple guerra de religión, sino las huellas de un juego geopolítico de profundo y largo alcance”.
En la India y Pakistán desde los inicios del siglo pasado, ya surgieron varias organizaciones terroristas. En la modernidad se han renovado, actualizados, interrelacionados y globalizados.
Grupo de terroristas globales:
Al Qaeda, Estado Islámico (EI/ISIS/EIIL), Hermanos Musulmanes, Hizb ut-Tahrir, Partido  de la Liberación.
Grupo de terroristas en Siria
Ghrar al Sham, Brigada de Daoud, Brigada al Tawhid, Ejercito Libre Sirio, Frente al Nusra, Frente Islámico, Jaish al Islam (JAS), Suqur al Sham.
Grupos terroristas en África
Al Qaeda en el Magreb Islámico, Al Shabab, Boko Haram, Grupo Islámico Armado.
Grupos terroristas en Iraq
Ansar al Islam, Frente Islámico Kurdo (KIF), Jaish al Tariq al Naqshbandi (JRTN)
Y Otros más. Incluyendo al más poderoso Grupo Terrorista mundial: La Casa Blanca, El Departamento de Estado de los Estados Unidos y el Pentágono.