Arq. Vicente Vargas Ludeña
El laberinto es una estructura inextricable a simple vista.
Es necesario poseer una serie de percepciones sensoriales, topogenéticas que
nos remita al origen del lugar y a la naturaleza del mismo. La topogénesis
en arquitectura es un episteme imprescindible para la comprensión, construcción
y ubicación del sujeto en el objeto arquitectónico. Pero aquí no hablaremos de
los laberintos diseñados y construidos por diversos motivos y razones:
regularmente para entretenimiento. Tampoco nos referiremos al laberinto que el vértigo
termina convulsionando el cerebro, hasta dejar a la víctima del tiempo y
espacio, fuera del lugar. Aunque algo de lugar y de caos
mental trataremos con el síndrome que el sujeto que nos gobierna nos ha
envuelto a todos los ecuatorianos.
Del traidor y la traición ya poco se puede agregar. La humanidad
conoce hasta la saciedad, y está plagada de esta endemia moral. La frase del Comandante
Borges lapida al traidor: “Siempre se debe confiar en el traidor. Es puntual,
nunca cambia”.
El Gobernante que hemos elegido, actualmente vive su propio
laberinto factual y existencial. Afirma que la Presidencia de la República, jamás
estuvo en su destino. Nunca fue su anhelo o aspiración. Vivió diez años en las entrañas
del Leviatán de T. Hobbes, y no llegó a comprender los dédalos del poder.
Inmediatamente acercó
su silla de ruedas al eje del mando; el mundo lo trastocó en un laberinto –la duda
cabe si aquello estaba en su cosmovisión-. Todo lo que había creído,
disfrutado, valorado, actuado, percibido, se convirtió en su contraria y sombra
maldita. Nada del pasado vivido era: sano, moral, bueno, funcional,
eficientemente esperanzador. Parece que volvió a su pasado traumático que lo postró,
salido luego, por pertinaces y prolongadas sesiones de motivación y superación
grupal.
Sus congéneres, con los que había compartido errores y
aciertos; dejaron de ser filiales amigos, compañeros, camaradas etc. Su Bonhomía
la transformó en un pequeño Nerón. Los que creíamos que el País empujaba hacia
adelante, el cuántico Presidente nos despierta, y nos devuelve a la cruel y pasada
realidad: que hemos estado viviendo en una PENDEJA REVOLUCIÓN. Y que aparte de
ovejunos, somos PENDEJOS.
Su laberinto encefálico le trastocó los tiempos y los
espacios. La ética y la moral, bandera y escarapela en su pecho la blandió como
trofeo inmarcesible de su yo intransferible. Mientras sus áulicos ya tenían compartidas
las tajadas del poder ¿Cómo explicar que lo mas despreciable, abyecto y
lumpesco de la política ecuatoriana que asolaron los mandatos que el pueblo les
otorgó –el Municipio de Guayaquil, la Presidencia de la República y todo lo que
por sus cleptómanas manos pasa, atracan y destruyen? hasta con la dignidad ciudadana
limpian sus alcantarillas morales. En el surrealismo, lo insólito, es la clave;
la negación de lo real, pero sigue siendo real: un famoso imputado y prontuariado,
encarcelado en Latacunga, desde su calabozo distribuye prebendas. Está acusado
de cómplice de un truculento crimen. Sus loas y alabanzas al cuántico, ya lo devolverán
a las calles.
La geometría del laberinto del Presidente cuántico, ahora
expresada en otro síndrome; el ayer de los Binomios. Ahora, Trinomios. Se había
creído que eran los estigmas políticos del pasado. En aquella época los
candidatos elegidos se volvían caimanes del mismo pantano. Velasco-Arosemena;
Febres Cordero-Serrucho Peñaherrera; Gutiérrez-Palacios; Mahuad-Noboa….Hoy se
reedita de la manera más insolente, caótica y desquiciada. El Presidente
entrante, en el epicentro de su propio y
exclusivo laberinto; revuelve las aguas que la sociedad ecuatoriana, las creía tranquilas
y transparentes. El Vicepresidente, urdido, también, en una malla de incompetencias
contractuales se ha lanzado a la arena de los leones. No juzgo la culpa o
inocencia. Ya solo girones quedan de él. Pero hay un tercer actor, el Líder de
un proceso más odiado, después de Alfaro o Velasco Ibarra. No mencionaremos ya,
la estirpe de carroñeros. Yo, los he identificado en varias ocasiones. El Líder
es la presa. Todos los pertrechos de caza lo buscan para desaparecerlo; no solo
del espectro político sino del mundanal ruido. El manual del Departamento de
Estado de los Estados Unidos, se viene aplicando rigurosamente: Porque agentes, informantes y traidores es el activo
que más cuenta en la guerra contra gobiernos soberanos. El cuántico traidor está
presto para cualquier mandado. Aunque hoy lo niegue, mañana lo reniegue, o pasado
los desmienta. Satisfacer a dios y al diablo es la misión del habitante del
laberinto del poder y de su propia tragedia: traidor de sus camaradas y del
pueblo que se dejó vencer en el mundo de las emociones. Su síndrome de
Quasimodo conducía a esa dramática frustración del pueblo.
La troupe de colaboradores del régimen cuántico, y que fueron
funcionarios del pasado Gobierno, son la otra parte del laberinto que vivimos,
y es una noria en la cabeza del cuántico. Una miscelánea de tendencias: los
llaman “los ideólogos y los pragmáticos”. Si hay diez soldados ideológicos
armados con convicciones y principios, en el seno del caos que ha urdido el cuántico,
podríamos esperar que el cambio de época sobreviva. Caso contrario habremos
retornado a la ignominia del pasado. Los oportunistas, arribistas y traidores que calientan el sillón y desfilan por los
portales de los Ministerios, son aquellos que miran al otro lado cuando
escuchan renegar de los diez años de cambios. Sin embargo mi optimismo me
obliga a gritar –si nací gritando- NO VOLVERÁN.