Arq. Vicente Vargas Ludeña
La realidad totalizadora que nos envuelve desde hace siete
meses, es sombría y trepidante, cual fenómeno telúrico. En consecuencia el
futuro del País es desconcertante y pletórico de incertidumbre. Creo que nadie
es indiferente, porque el “crack” es
sistémico. A todos nos llega de cualquier forma los efectos de la onda
expansiva. La perplejidad es el denominador reactivo del ciudadano que eligió a
alguien de gobernante, y le negó el voto al otro. Tampoco alcanzamos a
descifrar al singular personaje que elevamos a la Magistratura del País. Sería
de desear que alguien describa con fundamentos académicos la personalidad de
esta figura, que está cada vez más cerca de lo esperpéntico, que de un
político, no de fuste, pero que tenga una cosmovisión medianamente comprensible,
coherente y éticamente practicante. Porque todo eso, hasta ahora le está
negado. Como lo expresé alguna vez: su bonhomía encubría sombrías, peligrosas actitudes
y emociones.
No puede pasar desapercibido ¿Cómo, en tan poco tiempo el
País se desmigajó? Los protagonistas están a la vista: el Jefe del Estado y su
cohorte de funcionarios salidos por las hendijas del gobierno anterior, es el
núcleo central. Luego rodean al gobierno: los odiadores incurables; la derecha
de todo pelaje; el gremialismo degenerado –profesionales, maestros,
sindicalismo…-; los medios de comunicación privados, y hoy acolitados con la
misma vocería, los medios públicos; todo acompasado por la Embajada de Estados
Unidos. Diseñaron un guión para condenar y estigmatizar el autoritarismo de
Rafael Correa, como causa y razón de la polarización de la sociedad
ecuatoriana. Negando la dialéctica de la historia ¿Acaso el Ecuador tuvo
históricamente alguna traza de equidad, solidaridad? ¿Menos aún igualdad? Obviamente,
es la inveterada postura reaccionaria: negar la lucha de clases. La hipócrita
tesis del diálogo, no era otra cosa que sumar aliados en la cruzada que venía advertida
desde el imperio: deshacerse de todo régimen que no se someta incondicionalmente a sus designios.
El Gobierno actual es como una insignificante nuez en suelo,
vista desde la altura. Es un círculo de funcionarios que juegan como los niños
a la “gallinita ciega” –a pesar que debo reconocerlo, la mayoría son de
indudable talento-, carecen de liderazgo que guíe sus acciones; se protegen
bajo las ruedas de la silla rodante del Jefe; ideológicamente son una
babilonia, su único dialecto: es el oportunismo y arribismo pequeño burgués y
una deleznable conducta antiética. Su Presidente desconoce el horizonte, la
hoja de ruta y el puerto de llegada. Políticamente
todos ellos no son nada, ni nadie. Para colorear el paisaje y rematar la
singularidad del régimen, la consorte del Jefe está regando tintas en las
páginas de las Fashion Week, reclamando un espacio en la escala social. El estrato
de casta está distante; por acaso allá quieran llegar.
En síntesis el Gobierno que hemos elegido, es una barca
navegando procelosos mares infestados de escualos que no perdonan la vida -Recordar
como el dueño del País disponía de los huéspedes de Carondelet-. El verdadero
poder está en los perversos círculos –descritos anteriormente- que mortalmente
abrazan al émulo de gobierno hospedado en la casa presidencial. Estos poderes y
el Departamento de Estado yanqui, son lo que tienen la agenda, programas,
proyectos del nuevo Ecuador sin la sombra de Rafael correa. Deseo que durante
diez años lo añoraran. Hoy, sin lanzar una bomba lacrimógena, ni herir a nadie
en las calles lo tienen todo a su alcance.
Sin embargo no todo está dicho. El esperpéntico gobierno podría
quedarse sin sus ruedas; y los que empujaban el vehículo se podrían quedar sin el
transporte de sus anhelos y sus sueños.
Tenemos un Gobierno sin poder, débil y frágil por sus cuatro
costados. Las argucias, triquiñuelas y más satrapías compadreadas con lo más
ruin, corrupto y cobarde en los últimos cincuenta años: como el bucaramato, el
tal Villavicencio… y demás, hoy comensales del Palacio ahondan la vergüenza de
la gente. Esta simbiosis degenerada y pútrida desalienta la moral ciudadana, se
plaga de pesimismo el futuro y se ha retornado al pasado como una maldición. Se
condena y otorga como patrimonio, que eso es, lo que le corresponde a este
Pueblo: la tragedia.