Arq. Vicente Vargas Ludeña 02/09/2015
El desborde impetuoso de aguas contenidas por falsas
murallas, débiles diques despiertan los sentidos topológicos, y los sujetos pierden la noción del espacio
propio y ajeno; de la legalidad, legitimidad y todo lo que al ser lo
caracteriza, especialmente: su pertenencia del lugar. La cotidianidad se
altera, de pronto la noche se tragó la luz del día, y el horizonte se oscureció
frente a nuestros ojos. Las condiciones de desamparo, precariedad,
marginalidad, ilegalidad son asimiladas sin modificar en absoluto la
particularidad de cada persona. Esta tragedia es el producto de vivir en el
borde de los abismos. Las Naciones están separadas virtualmente, pero esas
líneas imaginarias, son precipicios objetivos que de repente nos diferencian,
nos acercan pero cuando nos separan son trampas mortales y campos de batalla. En
Medio Oriente, en África sucede diariamente; ahora en Hispanoamérica; sin
contar las traicioneras aguas del Rio Grande y su muralla de hierro y muerte
que separan México y Estados Unidos. Y los otros muros que diariamente se
levantan entre países, todos llevan el mismo signo: tragedia humana.
La frontera caliente de Venezuela y Colombia, hoy nos devela
con crudeza la realidad de cada País. En cada uno existe una visión diferente
de su propia historia y opuesta del modelo social, político y económico que
guie su futuro.
Venezuela está empeñada en revisar su historia, reconstruir
sus glorias, reivindicar sus héroes y construir una Nación moderna y
socialmente incluyente. Tarea descomunal y titánica, porque ello obliga a demoler
lo caduco y echar a los basurales el pasado obsceno y a sus lugartenientes.
Pero también es razón suficiente para plagarse de enemigos internos y externos.
Actualmente, si existiera alguna Nación infame y gobiernos atrabiliarios, no
tendrían los detractores que tiene el
Gobierno de Venezuela. Se ha constituido un complot hemisférico contra el
Presidente Maduro, y a todos los gobiernos que se le parezcan en la región; que
las inequidades e injusticias de otros
Estados en Latino América son patio de recreo y verbena báquica, comparándolos
con el Proyecto Bolivariano tiránico,
despótico, antidemocrático y un infinito etc.
Las debilidades e ingenuidades de Venezuela, por mucho tiempo, rompieron los diques económicos, exacción alimentaria, tráfico ilegal de combustibles, sicariato, paramilitares, criminales de alto bajo rango y hasta intentos de magnicidio; todo diseñado y armado en Colombia como cabeza de playa para futuras acciones militares, en alianzas estratégicas, financieras, logísticas y mediáticas de Europa y Estados Unidos. La presencia de Colombia en este proceso desestabilizador lo desenmascara e irremediablemente aflora como la grasa sobre la superficie del agua, la triste y secular historia de ese Estado Fallido o Narco-Estado como se desee llamarlo. Sin embargo los patriarcas contemporáneos de ese País: Gaviria, Pastrana, Uribe y una extensa pléyade de plutócratas y oligarcas transforman sus rostros gesticulando improperios y casi maldiciendo la hitlerianna tiranía de Venezuela contra los pobres colombianos, victimas ahora de la injusticia al ser expulsados del País donde no debían estar; y fueron echados de sus casitas, separados de sus hijitos, destruidas sus cositas, y lanzados al incierto mundo de donde provenían. Las burguesías piensan y actúan lo mismo en Ecuador, Colombia o Perú: a la pobreza la simplifican y hasta la sublimizan en su afán demagogo y protagónico con diminutivos, y una hipócrita solidaridad para expresar compasión y pena; a la vez rabia y patriotismo. Retiradas las cámaras y micrófonos vuelven con ademan cínico al disfrute de sus incesantes placeres.
El escritor y poeta colombiano Willam Ospina en 217 páginas, PA
QUE SE ACABE LA VAINA de fina tesitura literaria,
relata la historia de su País desde que intenta constituirse en Estado-nación,
aspiración, que hasta hoy no ha logrado. La estructura feudal como enseña del
establecimiento con la que los españoles llegaron a este continente se mantuvo
intacta hasta la mitad del siglo pasado. La casta oligárquica en el poder, la
Iglesia y las bayonetas fueron y son el factótum; los negros, los indios y los
mestizos son el relleno de una nación en ciernes.
La aparente rivalidad
ideológica entre liberales y conservadores fue el leitmotiv de odios, guerras
sin enemigos declarados y tampoco sin vencedores ni vencidos que perduraron
hasta que el combustible de sus guerras se terminó y Colombia se apagó el 9 de
abril de 1948, con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Renació la violencia,
se ramificó como el árbol del mal: bandolerismo, rencores insalvables, crimen
abominable, narcotráfico, paramilitarismo, guerrillas y una plétora de infames
formas de convivencia; contagiando a los países vecinos –Venezuela, Ecuador,
Panamá y otros- expulsando de sus fronteras a gente de toda ralea, también
personas buenas que si las hay, y creo que son la mayoría. Desde ahí, todo se
derrumbó, hasta el día de hoy que busca la paz sin conocerse que clase de paz. Porque
en los doscientos años de vida de ese País, de noche no se matan porque
duermen; pero se despiertan al amanecer con los truenos del plomo.
El lenguaje también fue instrumento de los apestados que el poder
no los admitía y rechazaba; sin embargo José María Vargas Vila tenía que ser leído
bajo las sabanas, según W. Ospina. Colombia era capaz de apreciar los libros pero
no de ayudar a escribirlos. Un artista estaba abandonado a su serte, y lo mas probable
es que no se abriera camino, porque lo devoraba la lucha contra la adversidad; lo
que apagó el genio de muchas inteligencias y los demás debían buscar un lugar en
el mundo para luchar contra sus fantasmas escribiendo los sueños de su tierra perdida.
Todos, absolutamente todos los escritores, escribieron sus obras fuera de Colombia.
México fue refugio de los más brillantes hijos: Vargas Vila, Barba Jacob, Germán Pardo García, Álvaro Mutis,
Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo. Colombia empezó a soportar y hacer posible
una vida literaria solo a partir del momento en el que el gran Gabo obtuvo el Premio
Nobel de Literatura.
En la siguiente
sinopsis de W. Ospina nos ubica en la línea del tiempo. “ Es importante saber que el liberalismo fue perdiendo su proyecto
histórico desde finales del siglo XIX, para que entendamos de que manera los
dirigentes que oficialmente se llamaron liberales desde entonces siempre
negaron sus principios en algún momento decisivo de la historia: renunciaron a
la reforma agraria que ellos mismos habían propuesto en 1930, dejaron la
riqueza en manos de la petroleras norteamericanas, e impidieron el triunfo de
Gaitán en las elecciones de 1946, se negaron a acompañar a las muchedumbres
rebeldes en 1948, renunciaron a la contiende lectoral en 1950 cuando solo
participar podía salvar al país de la violencia, patrocinaron la violencia de
los años cincuenta y más tarde abandonaron a los humildes campesinos a los que
habían armado, celebraron con los
conservadores un pacto antidemocrático en 1958 para repartirse el poder por
dieciséis años, renunciaron al deber de llevar por fin a Colombia al democracia
y a la pluralidad de partidos en 1974 –cuando debía terminar l Frente
Nacional-,desmontaron a partir del año 1990 las pocas instituciones que habían
demostrado funcionar para le república bipartidista, ahondaron el viejo habito
de entregarle la economía del país sin protección y sin escrúpulos al mercado
mundial, y se fueron convirtiendo en un pequeño partido de delfines que viven
de la fama de sus padres y de sus tíos, contabilistas de votos y repartidores
de presupuestos, privado ya de toda filosofía y alejado de toda grandeza.”
El Ecuador casi es un
espejo. Sin embargo Ospina rescata y valora en alto grado la lucha
revolucionaria y laica de Eloy Alfaro que Colombia nunca tuvo. Por eso su
abyecto pasado atado a la sotana y a sables manejado por castas atrincheradas en sus feudos rodeados de riquezas y poder que
niegan la inclusión de la masa en la constitución de una verdadera nación. Eh
ahí, la razón de las guerras infinitas que Colombia ha vivido y vive aún.
Reproducirse, sobrevivir en ese mundo de
violencia es una virtud y una maldición
-valor y tragedia-.
Las castas en el poder de Colombia se asemejan a los
sultanatos, califatos o jalifatos turco-árabes, siempre dispuestos a someter
sus designios y protección de sus intereses y testas coronadas a las fuerzas
militares y prácticas políticas de los Estados Unidos. Sin resistir, ni
enfrentar la ignominia entregaron al País del Norte un territorio, en el que
construyeron una vía de agua, y al que llamaron Panamá. Hoy, igualmente rinden
su soberanía a siete bases militares norteamericanas; y con la misma impudicia
y fines: asegurar su destino incierto, Colombia se infiltra en la estructura
guerrerista global: la OTAN.
Lo que más tarde se perfecciona y humilla a su pueblo, es la
dedicación con todo el ahínco a camuflar el poder tras las más abyectas
aberraciones del crimen político y corrupción; en Colombia no hay persona, o
miembro familiar, instituciones públicas y privadas, organizaciones sociales -en
fin el Estado mismo- que no esté involucrado en delitos de cualquier índole. COLOMBIA ES UN
ESTADO NARCO-PARAMILITAR. Aunque hombres
de negocios se muevan incesantemente por
los Lobbies financieros, o enormes salas de espera de los aeropuertos del mundo
mostrando sus escarapeles de emprendedores globales con portafolios de poderosas
riquezas.
El affaire de la frontera y expulsión de unos cientos, de los
cinco y más millones que viven en Venezuela, desenmascara la falsedad que
históricamente Colombia ha transitado desde que Simón Bolívar la prohijó junto
a otras naciones. Las protestas por la
decisión soberana y legítima de Venezuela, aunque tarde, los fascistas y la
vocería mediática aúllan y ladran como perros, para ensordecer al pueblo y
continuar en su eterno carnaval. Así mismo, son muy útiles esos ladridos, porque
la jauría hemisférica está al acecho de la caída de esa y otras presas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario