Arq. Vicente Vargas Ludeña 22/12/15
La presencia de España no ha estado alejada históricamente de
nuestras regiones. Acostumbrados a conocer semblanzas de los conquistadores,
colonos y curas. La Iglesia Católica como mantra presente en la cotidianidad de
nuestras vidas, repartiendo –léase vendiendo- bendiciones e indulgencias; a
cambio de metales preciosos que provocaban placeres y bienestar en la
Península; y también, como aparato ideológico reproductor del poder político.
Después de la independencia,
las elites locales no encontraban en la metrópoli imperial ninguna identificación
con el pensamiento moderno. El referente intelectual, cultural y de placer se trasladó a Paris. Hoy,
para esas clases sociales es Miami; no precisamente culta e intelectual, esa
ciudad es basurero moral de la región y gran parte del mundo.
Sin embargo debe reconocerse que la Guerra Civil española, expulsó
por el mundo: guerreros por la libertad, filósofos, científicos, artistas y
pensadores que contribuyeron a elevar la estima de algunos Países donde se
radicaron. En la posmodernidad no ha cambiado mucho, a pesar que no existen
espejitos ni abalorios; hoy deambulan por estos lares, políticos de pequeña
estatura, conspicuos usuarios de las puertas giratorias, que se bajan del poder
y entran a la nómina de las trasnacionales a ejecutar su influencia para
corromper a gobiernos de países dependientes. Felipe González, Aznar entre
otros, son invitados a divulgar democracia, libertad, derechos
humanos y otras monsergas. Es de fácil
deducción la calidad de estadistas de estos esperpentos que gobernaron España
por largos periodos. Feli-pillo en
la cumbre de su racionalidad comparó a Pinochet como un monje trapense, frente
al fascista y asesino de Nicolás Maduro. Aznar es otra triste figura de
vergonzoso papel: lacayo de George W. Bush y Tony Blair en la aventura genocida
en Irak.
España siempre vivió lejos de Europa. Ha existido un enorme
deseo y frustrados proyectos de compartir el desarrollo científico-técnico, la
capacidad industrial y financiera de las grandes metrópolis de la centralidad
europea. Pero sus rémoras medievales
subsisten hasta hoy. El parangón fatal que existe entre México y España
es patético. Ambas naciones con pasados esplendidos, en el devenir les
correspondió vecinos de otras dimensiones: Estados Unidos y Europa, en uno y
otro caso. Ninguno asimiló ni por osmosis como fenómeno químico o por contagio como
peste, el impetuoso desarrollo de las Naciones de Norte.
La transición de la muerte, a la vida. De la negra tiranía, a
la libertad. Del miedo, al valor. De la dictadura a la democracia. Del retraso,
al progreso. De la esperpéntica vida política, al orden y respeto al poder. La
sociedad española y el mundo estuvieron pendientes, como si fueran sus propios
destinos. Pero un País pobre, dependiente, condenado por primigenios destinos,
no podía aspirar a otro cosa que, las potencias le brindarían: un nuevo
gobierno fraguado en cenáculos de las elites del capitalismo global, y lo que
el Club Bilderberg diseñaran. Felipe González salió seleccionado para encarar
el suigeneris orden jurídico-político de la democracia española: monarquía a la
carta y gobierno parlamentario. Debía
ser “socialista”, era preciso borrar las pisadas de la bestia.
Este engendro ha pervivido cuarenta años. Europa integró a
España a su seno, algunas cosas cambiaron con el impulso de las naciones del
norte. Pero en lo esencial nada cambió. Las elites patrimonialistas y rentistas
se modernizaron; los caminos fáciles de enriquecimiento se pavimentaron con
nuevos billetes; el Estado siguió siendo una cantera para extraer riquezas
personales; la aristocracia siempre cerril a los cambios, jamás comprendió que
se vivía en otra época; la Iglesia, ¡Ah la Iglesia! Con todo su boato púrpura oleando al poder político de las burguesías.
Hasta que un día todos los jardines colgantes de Babilonia se desprendieron.
Volvió la realidad lacerante, despertando a todos de un sueño, que habían vivido
en un “País de Jauja”.
La cuestionada Primavera Árabe, también pisó tierra en la Península.
Además pocas diferencias existen con los países donde se inició. Aunque la
aristocracia española se rascaba el trasero, porque el fenómeno, según ellos,
no era igual de desgraciado de los otros pueblos del Mediterráneo. A pesar, que
las características socio-económico y político tenían los mismos rasgos. Tal
vez la indignación de los “indignados” del 15M, fue más creativa e intelectual.
Menos contagiada por manos perversas del imperio, y ajena a los fanatismos
religiosos; cosa que en los pueblos árabes la consigna era: el islam y la
presencia de fuerzas oscuras extranjeras.
El punto de quiebre de esa bastardía de una España caricaturesca,
es que la multitud se tomó los lugares públicos en diferentes ciudades; y se
asentaron por largos periodos de tiempo. La multitud es plural; se compone de
innumerables diferencias internas que nunca podrán reducirse a una unidad, ni
una identidad única. Hay diferencias de cultura, raza, etnicidad, genero,
sexualidad, formas diversas de trabajo, de vivir, de ver el mundo y diferentes
deseos. La multitud de esas acampadas, luego se propagan al otro lado del mar:
a Occupy Wall Street. Es una multiplicidad de tales diferencias singulares. Es
importante señalar este fenómeno posmoderno porque de aquí saldrán diferentes escenarios
y actores políticos. Podemos en España, Syriza en Grecia, guerras y destrucción
fanática en Medio Oriente. En América Latina hay algo de esto con nuevas formas
de ejercer el poder del Estado y su relación desde la multitud. Multitud no es
masa, ni el ambiguo pueblo.
El verdadero rostro de España lo desvelaron los indignados
-la multitud-. Sin embrago no es fácilmente comprensible, que habiendo
conmovido los cimientos del poder, y su sistema jurídico político, tres meses
más tarde, en un proceso electoral regular como tantos del pasado; la historia
se repita con toda su sorna tragicómica. Eligieron abrumadoramente al Partido
Popular -PP-. Alguien en un twitter me respondió que los habían traicionado;
que su programa de campaña decía una cosa y en el poder estaban haciendo otra.
Yo, le respondí que los traidores fueron los electores, porque los elegidos
estaban para eso: Traicionar.
Han transcurrido cuatro años -2011/ 2015- desde que los protagonistas
de la transición y herederos de Franco, en compañía de una monarquía patuleca y
corrupta concluyeran la tarea iniciada por otro partido político de la misma
ralea: el PSOE. Descoyuntaron la Nación, atracaron sin pudor los dineros de las
gentes, los echaron de sus casas, se acabó el empleo, cada quien debió tomar el
mejor camino que tenía por delante. Rajoy, no es que no sea decente, como le dijera
Pedro Sánchez; es que, es un canalla y ladrón. En una sociedad organizada, este
rufián no merecía permanecer una semana más en la dirección del Gobierno; porque
además, junto a él, hacían fila mensualmente otros funcionarios, recibiendo cohechos de los contratistas. Es antológica la
cara de sinvergüenza saludando y dando la mano a otros mandatarios de la región
escarnizando, de ese modo, al pueblo español. Se ha burlado de todos. Miente
que el País está saliendo de la crisis por las medidas implementadas por su
gobierno. El jamás diseñó ninguna medida social o económica, todas vinieron del
Banco Central Europeo, del Fondo Monetario Internacional, y el ajuste fiscal de
la Comunidad Económica Europea. Su gestión en el gobierno, desmanteló cualquier
asomo de dignidad y soberanía, y está a punto de saltar por los aires la
integridad territorial con las aspiraciones secesionistas de varias regiones.
Para ratificar la incomprensión sobre la voluntad de la gente
de votar por esos especímenes: PP y PSOE; hoy vuelven a ser las estructuras
políticas más aceptadas en las elecciones del domingo 20 de este mes. Pero esta
vez, apareció un detalle: PODEMOS. Será la tercera vía. Será el comienzo del
ALBA europeo.
Esto ratifica
lo que sostengo desde hace tiempo: España tiene un pie en su pasado medieval
geocéntrico; y el otro, en la sepultura de Franco. Al pueblo la monarquía le
otorga nobleza; y la Iglesia Católica miedo al infierno. Los murales de la
Capilla Sixtina están poblados imaginariamente por españoles. Muchos se ven
reflejados en esos colores celestiales. Los
réprobos, incrédulos e iconoclastas blasfeman a escondidas