Arq. Vicente Vargas Ludeña 03/01/2016
El genocidio y aterrorizante espectáculo en vivo que la
humanidad presenció; planeado en los cubículos del infierno del imperio, contra
su propia Patria y su mismo pueblo, el 11 de septiembre del 2001 en una mañana
radiante; perseguirá a sus autores hasta el fin se los siglos y hasta la última
memoria que sobreviva al apocalipsis que, con este acto, anunciaban el fin del
historia y de la vida.
La insignificancia
intelectual y moral, que el maldito destino había puesto al frente de semejantes
designios, a George W. Bush y su equipo de halcones, jamás podrán justificar ni
arrepentirse con la destrucción, muerte, miedo, pánico y una amenaza global que
quedó pendiente en el alma de la humanidad entera.
El estrellamiento de dos aviones y sus secuenciales caídas de
las Torres Gemelas y un Edificio del Gobierno que se demolió controladamente
cinco horas después, sin que ningún avión lo haya rosado, en el corazón de la
ciudad de Nueva York. La destrucción con un misil de un flanco del Pentágono; y
un guion de terror sobre supuestas amenazas de aviones secuestrados, cual
enjambre de langostas volaban por el aire en busca de presas. Todo esto
manejado por manos divinas que habían condenado a Sodoma y Gomorra al infierno.
Los ángeles con las espadas flamígeras eran TERRORISTAS, incendiando cuanto estaba a su
paso: La Casa Blanca, El Congreso, y no sé cuantos réprobos debían pagar sus
culpas. Se iniciaba así la guerra total que el Imperio exige para su dominio mundial.
Conocemos demasiado ya, la trayectoria seguida por el fuego
que escupen las armas de los Estados Unidos en el mundo entero. Conocemos la
agenda de guerra que tienen las potencias. La destrucción de varias naciones y
las amenazas sobre otras.
A pesar de todo esto resulta extraño, que no haya una Nación,
Jefe de Estado; o, el mismo pueblo de los Estados Unidos que despojen momentáneamente el consumismo de su embrutecido
cerebro; y diluciden, se enteren, reconozcan lo que sus gobernantes hacen en
nombre del poder y el dinero.
El 31 de diciembre del año que enterramos recién, en la
ciudad de Dubái sucedió una conflagración de infernales proporciones, en el llamado
Hotel Address Downtown. A
continuación se detallan algunos aspectos relevantes de los dos casos: Las
Torres Gemelas y el Hotel de Dubái.
Altura del edificio del Hotel, 302 m. Pisos 63. Horas de
Fuego alimentado por una tormenta de arena –mucho oxigeno- 10 horas, residuos
de fuego y rescoldos: 10 horas. Su
estructura no falló, en consecuencia no colapsó el edificio. A pesar que, en
el mundo no existen materiales
estructurales ignífugos, incombustibles ni indestructibles. Según sus
propietarios el edificio renacerá de las cenizas, será remodelado y se
convertirá en vanguardia arquitectónica de la ciudad.
Las históricas Torres Gemelas cuya altura superaban los 450 metros;
según los ingenieros, los edificios estaban calculados para resistir la
embestida de un avión; un incendio de grandes proporciones; siempre que no haya
explosivos de alto poder de calor; y las otras fuerzas naturales propias de ese
diseño: esfuerzos horizontales, cargas verticales, sismos y más. No de un misil.
Peor aún de cargas de pentolita: explosivo de potente capacidad destructiva con
elevadísimas temperaturas 2000 ºC, usado solo por armamento militar, colocadas
en los ejes estructurales vitales del edificio: pilares y vigas, y en el mismo
cuerpo central que estabilizaba el conjunto arquitectónico: de hormigón armado.
La caída libre de las Torres fue después de 102 minutos de
incendio. Se ha probado hasta la saciedad, por científicos en todas las aéreas
del fenómeno que nos preocupa: que el impacto del los aviones, el combustible,
ni el fuego, NO fueron las causas de la demolición de las Torres. Fue una
demolición controlada. Parangonando a Galileo Galilei, con su experimento
en la Torre de Pisa en Florencia. Si lanzas al vacio dos cuerpos de diferente
densidad, ambos caerán al mismo tiempo, es decir emplearán los mismos segundos
en tocar el piso. Cada Torre cayó en menos tiempo que la gravedad tenía
prevista para estas moles: “siete segundos”; mientras una manzana lo habría
hecho en “diez segundos”.
Más tarde, seis horas después, el Edificio 7 de cincuenta
pisos, se derrumbó igual que las Torres Gemelas, semejante a una torta de
chocolate derretida por el calor. Aquí funcionaba gran parte del aparato del
Estado y sus Agencias siniestras. No lo
tocó una camareta, una bengala, estrellamiento de un tren. Nada.
Sobre este crimen de lesa humanidad, frente a millones de
ojos, cuerpos escalofriantes, impotencias delirantes; entretenidos y engañados
como en un cine de terror; el acto se sumó a los que la sociedad del
espectáculo nos tiene acostumbrados. Los autores: constructores del Nuevo Orden
Mundial creen que la inteligencia de los demás, permanecería impávida y presas
del miedo, y que nadie investigaría lo que en realidad sucedió. Falso. Por
último les importó un carajo.
Hoy está esclarecido hasta el más mínimo detalle, existen
documentos y pruebas que aquello fue un vil auto atentado que infringió la irracionalidad del Sistema a la
inteligencia y sensibilidad humana, encabezado por la más obtuso cerebro que
haya ocupado las habitaciones de la Casa Blanca, G. W. Bush, y que gobernó a
Estados Unidos por dos periodos consecutivos. Las consecuencias del éxito
apocalíptico lo estamos testimoniando a nivel planetario. Vendrán nuevas y más
devastadoras destrucciones, movidos por la mano invisible y malévola de dios,
como dice el fascismo; destruyendo el mal y sembrando el bien.
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