La religión no es la causa de las guerras; es la excusa.
Jasper Fforde
Si quieres saber quién te domina simplemente averigua a quien te está
prohibido criticar
Voltaire
La guerra es una masacre entre personas que no se conocen, para
provecho de personas que si se conocen pero que no se masacran.
Paul Valéry
Según el contradictorio paladar
de algunos intelectuales – que afirman el igualitarismo romántico por un lado y
simultáneamente el multiculturalismo global por el otro – Occidente es
demasiado monocromo. De qué forma y manera el igualitarismo sociopolítico y el
multiculturalismo sociocultural podrían llegar a establecer una convivencia
pacífica, eso sigue siendo un misterio envuelto en la nube de una retórica
ideológica. Frente a ello, la contradicción intrínseca de igualdad con
diversidad es uno de esos "constructos" intelectuales que choca de
frente con la realidad de todos los días. Y sucede no solo porque es una
contradicción en los términos sino porque, además, es un imposible
etnocultural.
Sin embargo y a pesar de ello (o
justamente por eso) son múltiples las instancias que promueven esa utopía de lo
imposible. La oligarquía plutocrática, los demócratas utópicos, los ecologistas
del tipo sandía (esos que son verdes por fuera pero rojos por dentro), los derecho
humanistas intelectualosos, los medios masivos principales y todos los ilusos
que creen poder evitar una guerra mediante el simple expediente de no quererla,
todos ellos forman – de modo consciente o inconsciente – parte de un lobby que
ya hace más de una generación trata de imponer en todo el mundo el modelo
social multirracial y multicultural norteamericano pasando olímpicamente por
alto e incluso escondiendo el hecho que ese modelo hasta en los EE.UU. ya ha
demostrado ser una distopía como lo demuestran los tiroteos, los
enfrentamientos y los reiterados conflictos raciales y sociales que registra la
crónica cotidiana norteamericana.
El "crisol de razas"
que – teóricamente – constituiría la esencia del modelo sociopolítico
norteamericano simplemente no es tal cosa. Los EE.UU. tienen la rara virtud de
ser muchas cosas contradictorias en forma simultánea. Por un lado son un país
como cualquier otro pero, por el otro lado, una estructura minoritaria y muy
poderosa los impulsa a cultivar aspiraciones imperiales siendo que,
simultáneamente, carecen de las virtudes más básicas que han caracterizado
siempre a los grandes constructores de imperios. Por un lado pregonan el
igualitarismo y la inclusión social mientras que, por el otro lado, constituyen
de hecho un conglomerado de guetos en el cual, por ejemplo, la integración de
los negros a la sociedad de los blancos ha fracasado estrepitosamente a pesar
de una convivencia de siglos y a pesar de más de medio siglo de experimentos de
inclusión poco menos que forzada como los intentados con la llamada
"discriminación positiva" o "acción afirmativa".
En los EE.UU. la proporcionalidad
étnica de la totalidad de la población ha variado y sigue variando, entre
muchas otras cosas también por tasas de natalidad fuertemente diferentes.
Consecuencia de ello es que cada vez se hace más evidente y nítida la línea
separadora existente entre blancos, negros e hispano-mestizos y esto a pesar de
un acervo cristiano común a grandes rasgos aunque debilitado por los
divisionismos de las sectas protestantes. Estas tendencias centrífugas ya por
sí mismas serían suficientes para provocar en el largo plazo el surgimiento del
etnocentrismo, el fortalecimiento de los impulsos separatistas y, en última
instancia, el desmembramiento del país.
Por ahora es imposible prever
cómo se producirá exactamente el proceso. Considerando la Historia y toda una
serie de hechos actuales no es muy arriesgado pronosticar que será traumático y
violento. En todo caso las tendencias demográficas y geopolíticas actuales
apuntan a que, a más tardar durante el siglo próximo, los EE.UU. dejarán de
existir en su composición actual. Claro que las tendencias suelen ser bastante
caprichosas y pueden variar, pero una proyección lineal de las tendencias
actuales indicaría justamente eso.
Tampoco hay razones para ser
demasiado optimistas respecto del resto de Occidente. A la presión a favor de
la colonización étnica – que viene durando ya varias décadas y que apunta a
destruir en forma definitiva la relativa coherencia cultural de Occidente – se
le ha sumado en los últimos tiempos un conflicto religioso. Los nuevos
inmigrantes y desplazados no solo no comparten los valores etnoculturales
occidentales sino que directamente los rechazan, lo cual hace que la
asimilación de los recién llegados se convierta en imposible. Y este
enfrentamiento esencialmente cultural viene, para colmo, agravado por una clara
disposición a la intolerancia religiosa.
La intolerancia en materia
religiosa es un rasgo común a todas las religiones surgidas originalmente en
Medio Oriente. En forma contraria a lo que sucede en el Lejano Oriente – en
donde son prácticamente desconocidos los conflictos religiosos al punto en que
no es infrecuente que distintos templos de diferentes religiones compartan la
misma feligresía – tanto el judaísmo
como el islam y hasta el mismo cristianismo se han considerado tradicionalmente
depositarios exclusivos de la Verdad Absoluta e históricamente han tolerado
bastante poco – cuando han tolerado –
cualquier desviación al respecto.
La Historia de Occidente registra
varios casos en dónde la religión ha sido al menos parte del conflicto. Sin
ánimo de ser exhaustivos podríamos citar:
Las guerras de Carlomagno contra los sajones
y eslavos paganos.
Las guerras de la península
ibérica entre los visigodos cristianos y los moros mahometanos.
Las guerras del Bizancio
cristiano contra los árabes y luego contra los otomanos mahometanos.
Las expediciones punitivas
de los Caballeros Teutones en el Báltico contra las tribus paganas de
prusianos, eslavos y lituanos.
Las cruzadas dirigidas hacia el sur de
Francia, hacia Italia y hacia los Balcanes para erradicar las herejías de los
cátaros, los patarinos y los bogomilos.
La guerra campesina alemana
1524-1525
Las guerras religiosas
francesas 1562-1598
La Guerra de los Treinta Años 1618-1648
Las guerras civiles y de la
Reforma en Inglaterra, Escocia e Irlanda 1639-1651
La Guerra de los Nueve Años
1688-1697
Las guerras del Imperio Otomano en los
Balcanes y en Hungría.
En la actualidad el criterio
políticamente correcto exige afirmar que las "guerras de religión" ya
no existen. La ilusión es desmentida, sin embargo, por los 140.000 muertos y
los 4.000.000 de desplazados de la Guerra de los Balcanes (1991-1999). Serbios
ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes se masacraron mutuamente a
pesar de que, en realidad, todo los unía: su etnia, su idioma y su Historia. Se
pueden, por supuesto, hallar las fuerzas impulsoras no-religiosas en la serie
de conflictos que caracterizó esta guerra pero convengamos en que se necesita
afinar bastante el análisis para encontrarlas y en la mayoría de los casos el
factor religioso aparece como tentadoramente relevante.
Los bosnios, por ejemplo, son
descendientes de herejes bogomilos que durante la ocupación otomana adoptaron
la religión mahometana. Sería interesante investigar por qué no estuvieron
dispuestos a renunciar a su sectarismo dentro de la civilización cristiana –
negándose tercamente a ingresar al catolicismo, al protestantismo o a la
Iglesia Ortodoxa – pero después no tuvieron mayores inconvenientes en
convertirse al Islam. Algo muy similar ocurrió con los pomacos búlgaros.
Varias de las guerras citadas han
sido denominadas "guerras de religión" por la historiografía oficial.
La verdad es que en todos los casos relevantes la religión no fue más que un
pretexto enarbolado por los poderes políticos de la época para justificar ambiciones por demás mundanas. Es que la
guerra es un hecho político que responde a una decisión política. Hablando en
forma absolutamente estricta, no hay "guerras de religión" así como
en realidad tampoco hay "guerras económicas". Lo que la Historia
registra son guerras disparadas por cuestiones de conquista, expansión o consolidación
del poder político en las cuales han intervenido factores religiosos,
económicos, etnoculturales, históricos, pasionales, o cuestiones de alguna otra
índole – que en la mayoría enorme de los casos no fueron más que factores
concurrentes con la voluntad política – enarbolados para justificar una guerra
decidida por motivos completamente diferentes.
La guerra es un hecho político;
la religión es un fenómeno cultural. La guerra refleja una cuestión de poder,
ya sea para conquistarlo, para mantenerlo o para consolidarlo. La religión
refleja una cosmovisión, una metafísica de la vida más allá de las cuestiones
mundanas. Ambos se interrelacionan y en las estructuras teocráticas hasta se
fusionan, pero son fenómenos diferentes. El político no puede ignorar la
expresión religiosa de su pueblo y la religión no puede evitar el "darle
al César lo que es del César".
En cuanto a nuestra situación
actual, según lo que el Papa mismo manifestó: estamos en guerra. Pero en guerra
¿contra quién? Sinceramente no sabría decir con precisión satisfactoria
exactamente quién es el enemigo. Lo único que puedo precisar con un grado
razonable de certeza es donde está el enemigo. Porque, aun cuando congrega
reclutas de todas partes y tiene simpatizantes en todas partes, sus núcleos
principales están en Afganistán, en vastas regiones de Irak, en Siria…
Cosa curiosa. En Afganistán, en
donde los norteamericanos hace años que libran una guerra que aparentemente no
pueden ganar. En Irak, en donde los norteamericanos supuestamente ganaron una
guerra contra un tirano que tenía armas de destrucción masiva que nunca se
encontraron y donde, desde entonces, la gente vive en un estado de crisis y
conflictos perpetuos. En Siria, en donde los norteamericanos quisieron echar
del poder al actual gobernante, armando y organizando supuestos grupos
moderados, tan solo para darse cuenta de que los moderados no eran moderados en
absoluto cosa que los rusos aprovecharon para hacerse fuertes en la zona,
consolidar su base naval de Tartús y, de paso, probar los chiches de su última
tecnología militar.
O sea: los principales baluartes
del enemigo están justo en territorios que los norteamericanos han invadido
militarmente en los últimos años o en los que han operado – u operan – para
lograr el control de la zona.
Raro, ¿no?
¿Casualidad?
Lo dudo mucho.
El Islam es, indiscutiblemente,
una religión combativa y se presta fácilmente a ambiciones agresivas. Después
de estudiar la biografía de Mahoma uno no termina de tener en claro si el
hombre fue un gran profeta, o un gran líder militar, o ambas cosas a la vez. La
conquista y la dominación por la espada están en el ADN del mahometanismo
aunque más no sea por la misma trayectoria de su fundador. Es un caso similar
al de Moisés, aunque Moisés aparece más como caudillo político que como líder
militar.
Pero aun así, se trata de una
religión y las religiones, en sí y de por sí, no deciden una guerra por lo que
ya dijimos: la guerra es una decisión política y no una decisión religiosa. La
India tiene más de 174 millones de musulmanes (un 16% de la población total),
en Kazajistán hay más de 7 millones (47% de la población), en Kirguistán son
más de 4 millones (80% de la población) y en ninguno de estos países – y podría
citar a unos cuantos más – hay Emiratos Islámicos operando en pié de guerra.
Los voluntarios de estos países con ganas de incorporarse al terrorismo
islámico tienen que emigrar a Irak, o a Siria, o dado el caso a
Afganistán, o bien jurar lealtad al ISIS
y operar en el país en que se encuentran.
En otras palabras: tienen que ir
a – o relacionarse con – la zona que estuvo, o sigue estando, bajo el dominio
militar norteamericano y sus aliados. Entre los cuales se halla el Estado de
Israel, su principal aliado en la zona. Hasta los núcleos terroristas del
África como Boko Haram en Nigeria han manifestado su lealtad al ISIS.
Es cierto: estamos en guerra.
Pero ¿quién es el enemigo
aquí? ¿Quién le ha declarado la guerra a
quién? ¿Quién ha hecho estallar incluso los sectarismos internos del Islam
logrando que musulmanes maten hasta a otros musulmanes? ¿A quién le conviene
todo esto? ¿A quién le conviene debilitar a Occidente; especialmente a Europa y
a su cultura milenaria?
No pretendo tener la respuesta a
todas y cada una de estas preguntas. La guerra que se está librando es
terriblemente compleja y – ¡cuidado! – es muy fácil equivocarse.
Pero las preguntas quedan
planteadas.
Y para buscar las respuestas yo
no iría a Bagdad, ni a Damasco, ni a Kabul. Ni siquiera iría a Riad aunque allí
seguramente hallaría al menos algunas pistas. Así como no iría a Moscú, a
París, ni tampoco a Londres o a Berlín porque creo que no tendría mucho sentido
hurgar en la periferia una respuesta que se halla mucho más hacia el interior.
En resumen: yo apostaría por
buscar las respuestas en Nueva York, Washington, Tel Aviv y Jerusalén.
Puedo estar equivocado. Pero no
lo creo.
¿Ustedes qué piensan?
denesmartos.blogspot.com
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