Hoy las
elites del poder colombiano
trajeron a
su País al Papa, para que testimonie
el silencio
de las armas y la falaz firma de la paz que dicen buscar.
Mañana
podrán traer a Jesucristo, y nada habrá cambiado.
Colombia
seguirá siendo un NARCO ESTADO.
Arq. Vicente Vargas Ludeña
Nada se nos predica más en los últimos tiempos que el
exterminio de los monstruos, pero nadie se pregunta qué hace que en una
sociedad surjan sin cesar tantos enemigos del orden público, porque década tras
década hay que salir a pacificar el País de nuevas cruzadas de exterminio que
siempre nos dejan asombrados ante la magnitud del mal y nos insensibilizan ante
las atrocidades de los resultados.
La gran burguesía dominante colombiana denodadamente se pregunta
cuál es la causa de tantos males que cunden a la sociedad. Siempre encuentran
una histórica explicación del flagelo: el bandolerismo de los cincuenta; el mal
se expandió y se convirtió en guerrillas; el comunismo fue otro virus, sin embargo
la URSS desapareció; estructuras complejas delincuenciales aparecieron: los
cárteles del narcotráfico.
El detalle es la sempiterna pregunta: quien arrojó a los
guerrilleros a la insurgencia, a los delincuentes al delito, a los pobres a la
pobreza, a los mafiosos al narcotráfico, a los paramilitares a depredar, a los
sicarios a su oficio mercenario. La clase dominante cierra las puertas a ese
mundo en el que ellos también participan, sin poner en riesgo su existencia.
Entonces descifrar la realidad resulta enigmático cuando hay cosas que no se
deben decir, sectores de los que no se puede sospechar. W. Ospina dice: “La
dirigencia colombiana es como Edipo: señala culpables a diestra y siniestra
para no tener que preguntarle al vidente quien es el causante de las pestes de
Tebas”.
Colombia desde sus orígenes 1810, las rivalidades,
confrontaciones, felonías entre los independistas y los federalistas ya
sembraron la escuela de la violencia. La consagración de las traiciones como
arma política se consumó con Francisco de Paula Santander, compañero de las
luchas de independencia con Simón Bolívar. La Iglesia católica aliada y
participe de un estancamiento semifeudal y violento; luego los grupos
oligárquicos a dentellada filuda se enfrentan por el poder supremo. Estos
serán -no se sabe hasta cuándo- los
dominadores absolutos. Hoy en la modernidad lo serán con más ahínco. Los
vencidos, los dominados, los pobres se volvieron resignadamente cómplices en la
vorágine de su supervivencia, apuntalando un capitalismo secuas y depredador,
sobre todo criminal y desgarrador.
Si alguna vez ese pueblo tuvo alguna esperanza mesiánica fue
con la voz de Jorge Eliecer Gaitán. La bestialidad ya enseñoreada lo mató. El
utopismo era la otra cara de la moneda, dotando a la sociedad y al individuo de
caracteres criminales, listos para conquistar el futuro, y el mundo; sin
importar una higa los ríos de sangre que se requieran para derramar sobre la
tierra.
La devastación moral de las aristocráticas elites, hasta
perder todo límite, adquiere formas y tamaños sobrecogedores en una modernidad
cada vez más pródiga para esas prácticas de la droga como sustrato existencial.
Locales primero, regionales después y planetarias hoy. Este fenómeno dominante
en la sociedad adquiere estatuto de cultura, filosofía de vida. En Colombia no
existe un grupo social, económico, político, religioso, familiar que no esté
contaminado con esa práctica: sea en el involucramiento –consumo, tráfico-. Es
un código social, estético, económico, una soterrada relación coloquial, Etc.
La breve descripción de un fenómeno urbano en la ciudad de
Bogotá nos permitirá dimensionar el
tamaño de la descomposición de una sociedad y el manejo de significantes y significados en la
semiótica del sub mundo de la droga. Bronx le denominan a un rincón de la
ciudad, a pocas cuadras de todos los centros del poder del Estado. Fue hasta
hace un año, un dantesco círculo infernal de la degradación humana. Cualquier
inmundo estercolero, era un Boulevard comparado con ese inframundo que
monstruos asesinos habían creado. Las autoridades lo confinaron con estacas y
cintas, para diferenciar el espacio urbano, de estos residuos de personas que
vivían al filo de sus vidas. Se estima que tres mil personas pisaban o residían
diariamente en aquel inframundo, intercambiaba millones de pesos diarios, su
plurifuncionalidad le otorgaba un lugar seguro para el que pisaba; nadie
preguntaba, solo vas a lo que vas, o te llevan a desvanecerte en un tanque de
ácidos, por sapo. La ley, periféricamente veía y oía los acontecimientos, con
una mordida, miraba para otro lado. Los medios del hemisferio jamás refirieron una
nota a esa monstruosa pocilga humana. Haber derribado ese infierno
recientemente, el Presidente de la Republica y el Alcalde de Bogotá, consideraron
una épica conquista. Esto es revelador, decidieron aquello, porque amenazaba al
poder y al establishment en sus propias goteras. Una vez más la modernidad del
capitalismo salvaje, sin contemplación se convierte en huracán devastando
vidas, asienta sus pisadas de dominadores. Los dominados y vencidos serán esparcidos
por la ciudad. El urbanismo de nueva generación exige esos espacios infectados
ayer, hoy limpios para la inversión inmobiliaria.
Las categorías: cultura, identidad, pertenencia y otras,
naturales en cualquier sociedad, aquí adquieren la contradicción de:
contracultura, contra identidad y contra pertenencia, porque los valores
indispensables para sobrevivir socialmente desaparecen. Las clases dominantes
moldean su propia axiología; la plebe, los pobres y los dominados, también la
asumen como suya, se convierten en cómplices y aliados.
De aquí surge la estetización de la violencia en un mundo
complejo. El poder político es sometido por los otros poderes fácticos del
crimen, convertidos en leitmotiv de la estética. La literatura, la televisión,
el cine, y todas las manifestaciones de la cultura de masas están presentes en
el entretenimiento, en la creación del objeto estético. Escritores de rango han
recurrido a la violencia criminal para narrar
“la verdad de las mentiras”. La televisión colombiana se ha vuelto exportadora
de la narrativa que hemos descrito aquí, como expresión de una cultura y
fetichización del consumo. ¡¿Cómo explicar que un criminal, con funciones de segundón –apodado
Popeye- en el cartel del capo de la droga Pablo Escobar, después de haber
cumplido una pena de cárcel de 22 años por el asesinato de más de un centenar personas;
hoy esté convertido en una estrella pop de toda la Nación.!?
Colombia tiene dos planos: el que hemos descrito, como NARCO
ESTADO y su consiguiente cultura delincuencial; y el otro, como un Estado
inmerso en un conjunto de Naciones sometidas por el imperio y plataforma
militar, presta para la agresión de otros países. Su membresía en la OTAN y las
Siete Bases Militares norteamericanas emplazadas en su territorio, ratifican su
destino fatal y fascista que lo caracteriza.
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