15 septiembre 2017

ESTETIZACION DE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

Hoy las elites del poder colombiano
trajeron a su País al Papa, para que testimonie
el silencio de las armas y la falaz firma de la paz que dicen buscar.
Mañana podrán traer a Jesucristo, y nada habrá cambiado.
Colombia seguirá siendo un NARCO ESTADO.

Arq. Vicente Vargas Ludeña
Nada se nos predica más en los últimos tiempos que el exterminio de los monstruos, pero nadie se pregunta qué hace que en una sociedad surjan sin cesar tantos enemigos del orden público, porque década tras década hay que salir a pacificar el País de nuevas cruzadas de exterminio que siempre nos dejan asombrados ante la magnitud del mal y nos insensibilizan ante las atrocidades de los resultados.
La gran burguesía dominante colombiana denodadamente se pregunta cuál es la causa de tantos males que cunden a la sociedad. Siempre encuentran una histórica explicación del flagelo: el bandolerismo de los cincuenta; el mal se expandió y se convirtió en guerrillas; el comunismo fue otro virus, sin embargo la URSS desapareció; estructuras complejas delincuenciales aparecieron: los cárteles del narcotráfico.
El detalle es la sempiterna pregunta: quien arrojó a los guerrilleros a la insurgencia, a los delincuentes al delito, a los pobres a la pobreza, a los mafiosos al narcotráfico, a los paramilitares a depredar, a los sicarios a su oficio mercenario. La clase dominante cierra las puertas a ese mundo en el que ellos también participan, sin poner en riesgo su existencia. Entonces descifrar la realidad resulta enigmático cuando hay cosas que no se deben decir, sectores de los que no se puede sospechar. W. Ospina dice: “La dirigencia colombiana es como Edipo: señala culpables a diestra y siniestra para no tener que preguntarle al vidente quien es el causante de las pestes de Tebas”.
Colombia desde sus orígenes 1810, las rivalidades, confrontaciones, felonías entre los independistas y los federalistas ya sembraron la escuela de la violencia. La consagración de las traiciones como arma política se consumó con Francisco de Paula Santander, compañero de las luchas de independencia con Simón Bolívar. La Iglesia católica aliada y participe de un estancamiento semifeudal y violento; luego los grupos oligárquicos a dentellada filuda se enfrentan por el poder supremo. Estos serán  -no se sabe hasta cuándo- los dominadores absolutos. Hoy en la modernidad lo serán con más ahínco. Los vencidos, los dominados, los pobres se volvieron resignadamente cómplices en la vorágine de su supervivencia, apuntalando un capitalismo secuas y depredador, sobre todo criminal y desgarrador.
Si alguna vez ese pueblo tuvo alguna esperanza mesiánica fue con la voz de Jorge Eliecer Gaitán. La bestialidad ya enseñoreada lo mató. El utopismo era la otra cara de la moneda, dotando a la sociedad y al individuo de caracteres criminales, listos para conquistar el futuro, y el mundo; sin importar una higa los ríos de sangre que se requieran para derramar sobre la tierra.
La devastación moral de las aristocráticas elites, hasta perder todo límite, adquiere formas y tamaños sobrecogedores en una modernidad cada vez más pródiga para esas prácticas de la droga como sustrato existencial. Locales primero, regionales después y planetarias hoy. Este fenómeno dominante en la sociedad adquiere estatuto de cultura, filosofía de vida. En Colombia no existe un grupo social, económico, político, religioso, familiar que no esté contaminado con esa práctica: sea en el involucramiento –consumo, tráfico-. Es un código social, estético, económico, una soterrada relación coloquial, Etc.
La breve descripción de un fenómeno urbano en la ciudad de Bogotá  nos permitirá dimensionar el tamaño de la descomposición de una sociedad y el  manejo de significantes y significados en la semiótica del sub mundo de la droga. Bronx le denominan a un rincón de la ciudad, a pocas cuadras de todos los centros del poder del Estado. Fue hasta hace un año, un dantesco círculo infernal de la degradación humana. Cualquier inmundo estercolero, era un Boulevard comparado con ese inframundo que monstruos asesinos habían creado. Las autoridades lo confinaron con estacas y cintas, para diferenciar el espacio urbano, de estos residuos de personas que vivían al filo de sus vidas. Se estima que tres mil personas pisaban o residían diariamente en aquel inframundo, intercambiaba millones de pesos diarios, su plurifuncionalidad le otorgaba un lugar seguro para el que pisaba; nadie preguntaba, solo vas a lo que vas, o te llevan a desvanecerte en un tanque de ácidos, por sapo. La ley, periféricamente veía y oía los acontecimientos, con una mordida, miraba para otro lado. Los medios del hemisferio jamás refirieron una nota a esa monstruosa pocilga humana. Haber derribado ese infierno recientemente, el Presidente de la Republica y el Alcalde de Bogotá, consideraron una épica conquista. Esto es revelador, decidieron aquello, porque amenazaba al poder y al establishment en sus propias goteras. Una vez más la modernidad del capitalismo salvaje, sin contemplación se convierte en huracán devastando vidas, asienta sus pisadas de dominadores. Los dominados y vencidos serán esparcidos por la ciudad. El urbanismo de nueva generación exige esos espacios infectados ayer, hoy limpios para la inversión inmobiliaria.
Las categorías: cultura, identidad, pertenencia y otras, naturales en cualquier sociedad, aquí adquieren la contradicción de: contracultura, contra identidad y contra pertenencia, porque los valores indispensables para sobrevivir socialmente desaparecen. Las clases dominantes moldean su propia axiología; la plebe, los pobres y los dominados, también la asumen como suya, se convierten en cómplices y aliados.
De aquí surge la estetización de la violencia en un mundo complejo. El poder político es sometido por los otros poderes fácticos del crimen, convertidos en leitmotiv de la estética. La literatura, la televisión, el cine, y todas las manifestaciones de la cultura de masas están presentes en el entretenimiento, en la creación del objeto estético. Escritores de rango han recurrido a la violencia criminal para  narrar “la verdad de las mentiras”. La televisión colombiana se ha vuelto exportadora de la narrativa que hemos descrito aquí, como expresión de una cultura y fetichización del consumo. ¡¿Cómo explicar que un  criminal, con funciones de segundón –apodado Popeye- en el cartel del capo de la droga Pablo Escobar, después de haber cumplido una pena de cárcel de 22 años por el asesinato de más de un centenar personas; hoy esté convertido en una estrella pop de toda la Nación.!?
Colombia tiene dos planos: el que hemos descrito, como NARCO ESTADO y su consiguiente cultura delincuencial; y el otro, como un Estado inmerso en un conjunto de Naciones sometidas por el imperio y plataforma militar, presta para la agresión de otros países. Su membresía en la OTAN y las Siete Bases Militares norteamericanas emplazadas en su territorio, ratifican su destino fatal y fascista que lo caracteriza.



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