Arq. Vicente Vargas Ludeña
La práctica política en que se ubica el marchista olímpico
cuencano en su aspiración electoral, es la máxima expresión ideológica de una
velada “lucha de clases sociales”.
La lucha de clases es el motor de la historia, decía Marx. Está
pegada en la piel de los procesos y relaciones de producción y de poder. Debatirse
en ella o contra ella es el leimotiv de los cambios y transformaciones de las
sociedades. A los que, las urgencias de desechar el pasado ominoso, de
recomponer sus sueños y aspiraciones se vuelven abanderados de una incansable
lucha de las contradicciones dialécticas que ayer debieron enfrentar. A veces logran
saltar un escalón hacia arriba en la pirámide social, económicamente. Los otros
valores, objetos del deseo de los de abajo y etiquetas de la gran burguesía, no
alcanzan: relaciones sociales, estilo de vida, multifacético entorno material y
cultural…Es semejante a las creencias religiosas, el determinismo de la fe
transforman en múltiples formas la lucha política sobre el dominio de una
deidad sobre otras.
El postulado del marchista: “ADMIRO A AUGUSTO PINOCHET POR
SER EL MEJOR DICTADOR, Y SACÓ A CHILE ADELANTE”, es temerario desde su propia
extracción de clase. Debe tener presente, que las primeras víctimas en un
proceso como el de su admirado dictador son sus propios congéneres. Cuando
acude imaginariamente al sátrapa y al déspota
para cambiar las relaciones de poder, es que su condición social, ideológica,
política y cultural esta saciada de exclusión y marginación. Por eso, ubica su decisión política en los supremos
poderes: la religión, la satrapía y el dinero, enmascarando sus orígenes y
cualidades marginales.
Paradójico el axioma: “los pobres son buenos”; cuando
abandonan la pobreza se vuelven tiranos.
La visión sociológica del marchista, es semejante al negativo
de la fotografía antes del proceso químico del revelado. La imagen sistémica
que le han creado sus éxitos deportivos, más los promotores financieros que
explotan sus cualidades, le permiten crearse entelequias sociales ideales;
luego plantearse una lucha política borrosa, como el negativo fotográfico, que
hemos hablado.
La siguiente ilustración de un diálogo entre un personaje del
cine y su camarógrafo, es el corsi e ricorsi de la lucha de clases Es el
enfoque de la pobreza desde la clase de arriba.
“SULLIVAN: Me voy a echar a la carretera para averiguar lo
que se siente el ser pobre y necesitado, y luego haré la película.
BURROWS: si me permite que se lo diga, señor el tema no es
interesante. Los pobres saben todo lo que hay saber sobe la pobreza, y solo a
los ricos morbosos el tema les parecerá sofisticado.
SULLIVAN: Pero yo voy a hacerla para los pobres ¿Es que no
entiendes?
BUROWS: Verá, señor, los ricos y los teóricos, por lo general
son ricos, tienen una visión negativa de la pobreza, como si fuera sólo falta
de riqueza, igual que podríamos llamar a la enfermedad falta de salud. Pero no
lo es, señor. La pobreza no es falta de nada, sino una plaga positiva,
virulenta en sí misma, contagiosa como el cólera, y de la que la cochambre, la
criminalidad, el vicio y la desesperación son solo algunos de los síntomas. Hay
que permanecer alejado de ella, incluso a la hora de estudiarla”.
El marchista cuencano invierte la tarea, ahora que es rico,
pretende llevar un cambio de su ciudad con el mismo esquema ideológico cuando
era pobre, primero; luego aplicarlo, siendo rico. Con instrumentos degradantes
de cualquier conciencia. Con sus faros en el horizonte utópico: el sin par, ídolo
Pinochet; dios y la corte celestial también serán; y sus poderosos mecenas: el más
rutilante poder económico y financiero ecuatoriano.