Arq. Vicente Vargas Ludeña
Después de instalar a sangre y fuego el neoliberalismo en
Chile, su evangelizador Milton Friedman y caído el muro de Berlín, los poderes hegemónicos
globales, debían modelar el hombre nuevo en el seno del capitalismo sin que
nadie obstaculice sus objetivos. Estos –los individuos- como todo proceso dialéctico
deberán volverse reproductores eficientes del sistema.
De los pensadores importantes de la época mencionemos a
Francis Fukuyama y su obra “El fin de la historia y el último hombre”, que
surgen para apuntalar, darle un marco filosófico y epistémico al nuevo orden y
al nuevo ser, fundamentada en el reconocimiento.
El hombre difiere de los animales, afanosamente busca el reconocimiento de los
otros hombres. “Cuando el miedo natural a la muerte lleva a un combatiente a
someterse, nace la relación amo y esclavo”.
La autoestima tiene sus raíces en esa relación con ribetes
narcisistas. No siempre. Es el THYMOS griego que modela la búsqueda de la autovaloración
y autoestima. Más tarde la búsqueda del éxito, -el éxito es el mejor de los éxitos
dice: Dewey en su filosofía pragmática norteamericana- a veces a cualquier
costo.
Estos antecedentes son la cantera de la corriente psicológica,
con verdaderas escuelas vanguardistas, muchas con fundamentos científicos irrefutables,
para interpretar la inmensidad y la profundidad del ser humano en la postmodernidad.
Hagamos honor a aquellos sabios: Freud, Adler, Maslow, From…entre otros.
De aquí deriva un ancho río de empíricos, y listos unos, que
especulan con el estrés del consumismo, con la adicción a la drogas, con la
tragedias personales y sus vivencias extremas. Para todos los cuales tienen una
receta que los ayudará en el thymos
de sus precarias existencias. En la década del ochenta los ricos y famosos
peregrinaban al extremo oriente a sumergirse en las espiritualidades de culturas
milenarias, en las aguas, humos, templos, picachos, campanillas, exóticas togas,
meditar y buscar explicación a sus vertiginosas y febriles vidas, que en los cenáculos
del placer y el consumo no encontraban respuestas, ni les satisfacía los
oropeles de sus existencias.
Apareció una literatura de tranvía que almas rotas por algún sentimiento
pesaroso, por un plomo que lo desvertebró, sus vidas se tornaron pesadilla.
Claro que tienen una escala, de la más simplona a veces coadyuvada por alguna religión
–los omnipresentes dioses, están en todo sinsabor, sanan todo, nada escapa a su
omnipotencia-; hasta los teóricos exitosos, verdaderos GURUS de la autoayuda, motivación,
y superación. Parece que la temática y lectores se agotan. Hoy aparece un nuevo
súper hombre “el coach”, iconos que la sociedad debe consumir. Son entrenadores
conocedores de las cuitas humanas, igualmente diseñadores de sueños emprendedores,
tras el éxito pleno y total.
En el balance final todos los autores escarban los mismos
senderos, la misma gramática, su semiótica la modifican: “Quien se comio mi
queso”, “La culpa es de la vaca” “Piense y hágase rico”, “De la pobreza al
poder”. Etc. Prolongado… La semántica, la misma. Despertar en el lector
contradicciones evidentes de una vida azarosa. A cada quien le ofrecen un
espectro de enunciados de acuerdo a los resabios de infelicidad ligeramente
distinta. Para muchas personas desdichadas en prolongados sinsabores, la Biblia
suele ser el ancla para detener sus naufragios.
Luego cada creador de personajes, escenas, tragedias,
dulzuras, que la vida presenta con mayor frecuencia diseña su propia marca; y
mide el éxito de sus invocaciones por las tiradas de libros que editorialistas
llenan las secciones de libros y revistas de los supermercados. Deepak Chopra,
Wayne Dyer, Cuauhtémoc Sánchez, Paulo Coelho, la lista es larga.
Lenin Moreno tiene esa, y única formación intelectual. Su
universo cognitivo es el que aprendió en sus largas y dolorosas sesiones de
grupos de autoayuda; voraz lector de esos manuales. Lenin Moreno es eso, y todo
que lo alentó a vivir. Con sus propias limitaciones intelectuales, lo prueba su
ningún trazo en una cuartilla de sus conocimientos del tema o cualquier otro. Por
todo aquello su relato político está estructurado como si la sociedad, la Nación,
el Estado que gobierna fueran millones de vidas transfiguradas en la desdicha. Jamás
ha expuesto una escala de valores indispensables, de los cuales son relevantes en
su diario vivir y que él practica; a su vez permitan ser íntegramente
portadores de un mensaje: cívico, patriota y ciudadano. Su discurso es
elemental. Las invocaciones a la compleja física cuántica, es una variante de
los trillados esquemas de culpas, traumas y taras que el mismo ha padecido. Los
valores como la lealtad, fidelidad, honestidad y otros que coadyuvan la armonización
de la sociedad. Lenín Moreno se los ha metido por el forro.
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