Arq. Vicente Vargas Ludeña
En Ecuador estamos al final del camino de una campaña
electoral Presidencial y Asamblearia. El cuerpo social y político
contemporáneo, es ligeramente diferente al de hace diez años. Sin embargo los
rostros de los candidatos, su empaque moral, intelectual e ideológico no es
distinto del pasado. Especialmente los presidenciales. Aparentemente
misceláneos. Pero, no. Todos son salidos de la misma matriz. Unos ligeramente
lejanos de la gran burguesía. Otros son la representación misma de las elites.
Pero todos, lacayos de los poderes fácticos.
Las masas, el pueblo no ha podido crear un aspirante que sea
la representación neta de sus profundas raíces. En consecuencia, la
muchedumbre, peregrina tras una figura, un ofrecimiento falaz en un
desconcierto patético; con su voto
alimenta el hambre desbordante de riquezas de sus verdugos; y agudiza la verdadera
de los suyos.
Las organizaciones de los sometidos, dominados, han sido un
mito, una utopía. Históricamente en el desarrollo de las fuerzas productivas, la
industrialización, existió una estructura orgánica combativa: el sindicalismo. Con
la posmodernidad, el neoliberalismo, las nuevas tecnologías desapareció el
proletariado y su ejército de lucha: el sindicato.
Si, también han surgido otros grupos gremiales; pero sus
objetivos que son de reivindicaciones económicas, principalmente, se vuelven
cotizables en la bolsa de la partidocracia. Lo cual moralmente los descalifica,
especialmente a sus dirigentes.
El neoliberalismo descuartizó y deglutió a los Estados. La
gran burguesía, el capital financiero y todo lo que configura una sociedad de
poderosos, se entronizaron en el poder total. Se constituyó Estados
corporativos contra los cuales nadie puede luchar. Chile es el experimento
paradigmático del neoliberalismo. Sólo a la muerte del sátrapa, las masas
salieron a la calle para identificar al enemigo y presentarle batalla: la
educación, la salud, los jubilados, para mencionar algunos aspectos de lo que
se llevaron las corporaciones a sus centros comerciales. Las fuerzas armadas y
la policía se la dejaron con mimos al Estado; los privilegios de los aparatos
de represión son gratificantes. Los
demás, los condenados de la tierra, están en la retaguardia, encapsulados en su
miseria sin capacidad de reacción. El sistema los castró: los despolitizó y desideologizó.
Al Ecuador, por supuesto también llegó el vendaval
neoliberal. Las organizaciones sociales que han identificado al enemigo y a su
opresor, nacieron precisamente cuando la posmodernidad exige otras formas de organización
y de lucha. El 15M en España, aborta un nuevo universo político, -aunque la
derecha franquista regresa al poder-
porque la preñez del sistema aberrante lo exigía. Nace PODEMOS. El
tablero político-ideológico se trastoca, y cunde el miedo en la contumaz
derecha fascista. El Movimiento Indígena ecuatoriano fue un destello fugaz. Ya
el Estado estaba tomado por la globalización y su gendarmería. Sus
contradicciones internas aupadas por fuerzas externas, se mestizó; y pronto
terminó descuartizado. Hablaron desde el etnocentrismo sin comprender un ápice
de Nación y nacionalidad. Hoy la dirigencia, son cuatro gatos que los manosean
los alfiles de la burguesía para atraerlos a sus cotos de poder con mendrugos.
Las rebeliones de nuestros antepasados indígenas contra sus conquistadores y
evangelizadores españoles, fueron y siguen siendo las más relevantes. No hay
más.
Este es un tema recurrente, que menciono a continuación,
porque la estructura orgánica, el relato y sus prácticas se volvieron
deleznables. La UNE y su brazo político el MPD, con su discurso ampuloso de la
revolución y la nueva sociedad que construirían; fueron útiles al sistema,
contribuyeron a su perennización y a la
depredación de todo lo que a sus manos llegaba: la educación, algún
sindicalismo que pillaban por ahí. La ortodoxia de sus doctrinas, sus formas de
enfrentar desde lo político la lucha contra las oligarquías; la dicha y
conformismo de alcanzar tres curules en La Asamblea, uno o dos jueces en las
Cortes a sus servicios; y unas cuantas migajas que caían de la mesa del poder
de los ancestrales dueños del País. El verdadero y legítimo contrato social que
el pueblo merecía, se prostituía en la estéril lucha contra los fantasmas del
capitalismo que decían combatir. Mientras las elites emigraban a sus verdes
vergeles para evitar mezclarse con la plebe: educación y salud exclusiva,
Instituciones rentables del Estado para ellos; y la entrega absoluta de la
soberanía e independencia a los intereses externos.
El transporte en general, también ha sido una importante
organización social. Pero su especificidad con la herramienta de trabajo, ser
propietario, lo acerca más a la burguesía que a su propia clase social. Hoy las
leyes de la posmodernidad están derrumbando esos esquemas gremiales. UBER es de todos,-servicio de
taxis mundial- y no es de nadie; es de una multinacional que no tiene sede. No
se puede enfrentar con un fantasma que el sistema mundo del dinero crea. Valga
la digresión: recuerdo que los estibadores en el Puerto Marítimo, en la década
de los años sesenta del siglo pasado, boicoteaban a los barcos de alto
calado que inauguraban la modalidad del
conteiner. La poderosa organización de cargadores de productos a los barcos
debió rendirse al avance implacable de la tecnología y los cambios.
Los intelectuales orgánicos -al decir de Gramsci- que alguna
vez hubiera, y muy brillantes se los tragó la ortodoxia, y otros murieron con
las botas puestas en la lucha. Fueron, sin duda una guía, un referente
ideológico, político y moral. Pero el sistema esta vez, nuevamente ganó.
Los estudiantes jamás fueron una estructura orgánica que
presentara cara, con argumentos, doctrina, marcos referenciales para la lucha
política. Más bien hoy, son una rémora por su autoexclusión de los fenómenos
que los rodean. Basta recordar el momento más caliente en la participación de
los estudiantes en Mayo del 68 en Paris.
El mundo cambió. Y lo que pasa, es que no sabemos qué es lo que nos pasa; aquello nos tiene
perplejos. Por ejemplo: desconocer que algo diferente pasó en el Ecuador estos
diez últimos años. Es una necedad cerril repleta de odio. Que al Ecuador se lo
debe levantar, porque es un cadáver, con una nueva Constitución, como algunos proponen;
es la quinta esencia de burla al pueblo y ubicarlo en el fondo de la escala racional.
Sintéticamente –para la derecha-: el Ecuador de ayer fue mejor que el presente.
Así terminan los genios odiadores, los banqueros y los aspirantes a sentarse en
los poderes. Y por supuesto la cola de peregrinos que votarán por ellos, porque
los anhelan, extrañan. Tienen alma de pajes.
Está claro que es esta reseña apunta, que mañana debemos
exigir y promover la organización, la politización e ideologización, para
incorporar a los que somos mayoría, para la verdadera liberación nacional. Para
lo cual debemos abandonar los manuales manidos de la lucha. Estudiar, y crear
nuevas armas para enfrentar al mundo globalizado que desea y busca eliminar
consumidores fallidos, y menos bocas que alimentar.
PERO, NO VOLVERÁN.
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