Arq. Vicente Vargas Ludeña
Esta fotografía es
reveladora. No merece mayores detalles, lo hemos presenciado y lo seguimos viviendo.
Pero esta imagen trepida en el hoy y mañana en las raíces del País. La leyenda
del pie de foto sintetiza el pasado craso y montonero de los jornaleros de la politiquería. Formaban
escuadrones de desocupados, con un sexto sentido del arribismo y oportunismo,
arrimándose lo más cerca posible al Gran Jefazo; para ver y ser vistos por el
ojo avizor del líder.
Los rostros de la
imagen reflejan como espejos la angustia de sus futuras vidas. Detrás de ellos,
indudablemente, hay necesidades y hambres que satisfacer. Ellos están ahí para
eso, silenciar el grito y llanto de la tristeza, y afincarse un mendrugo
seguro. En adelante si las estrategias marrulleras funcionan con EL JEFE,
vendrá el sosiego. Si, ellos están ahí para satisfacer lo inmediato, pero hay
otros sueños y otras cumbres que aspiran llegar. La constancia permitirá
encontrar los escalones para ascender, no importa si es por los muros del poder
¿Con que herramientas? ¿Con que ideología? ¿Con qué bagaje? ¿Con que acerbo? No
importa. Ya se irán matizando los sistemas y los procesos de acuerdo a las
circunstancias.
Gustavo Larrea, ubicado
en el primer plano del cuadro. Tiene su feeling, hereda algo de la visión política.
Leí a su padre, de buena pluma, era. Eso no define al hijo. Más bien parece que
jamás estuvo a su altura. Un verdadero bribón y agencioso de otras trapacías.
Es el monitor del desfile de guerreros que iban a la conquista del poder con un
ex militar aventurero.
El rostro de mirada mezquina de la persona que
se ubica detrás de la barrera de entusiastas marchantes, es patética. Mirada
perdida con el cuello alzado buscando algo en la nada. Para ese entonces, no lo
habían desvertebrado. De postura enhiesta. Estaba en lo que todos los
arribistas practican: estar en el montón con alguna esperanza. Si no es ahora
será más tarde. Si no es con este, será con otro y otro… hasta calar en la
ventanilla donde va y viene el dinero. Su lánguida incertidumbre lo dibuja al ser que
sueña con timidez, porque lo cotidiano no da tregua: los hijos, la familia el
mañana. Ese rostro también desafía la suerte. ¡Mañana quién sabe lo que
sucederá!
Si la vida lo postró
con plomo. Del plomo hizo una cuchara. Con la cuchara aprendió a motivarse y
contagiar a los amigos, compinches, y la gallada. Las perplejidades del pasado
iban cambiando de senda, hasta que, siendo mitad se volvió unidad: Poder.
La historia pasada, del
rostro huraño y desconcertado de la fotografía, la conocemos en el gobierno de
Rafael Correa. Lo que nos está conturbando hasta el delirio, es que jamás,
nadie imaginó, ni en la mente más complicada y afiebrada podía predecir que la sólida
estructura heredada del gobierno anterior, esté convirtiéndose en una
babilonia, derrumbándose en nuestras presencias, inclusive siendo nosotros mismos
cómplices coadyuvantes de los perversos fines del hombre de la efigie fotográfica.
Alguien con el manejo de algunos epistemes, a lo mejor podría desentrañar en
esa efigie pétrea de la foto, los alcances de un Efialtes o similares en la
rotundez de la traición.
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