Arq. Vicente Vargas Ludeña
Mientras más globales son las relaciones e interdependencias
de las naciones, de las sociedades, la economía, la cultura; la seguridad como
carencia de riesgos, amenazas o miedos se vuelve más frágil, más débil. La
seguridad ciudadana es la acción integrada que se desarrolla en colaboración
con la ciudadanía con el fin de armonizar la convivencia pacífica y ordenada en
un determinado territorio.
La inseguridad es lo contrario. Más, es una acción que no se
ha producido por espasmos de la naturaleza ingobernable. Como diría Marx: “La
naturaleza no produce por una parte poseedores de dinero o mercancías y por
otra, personas que simplemente poseen su propia fuerza de trabajo”. La
inseguridad es el resultado de fuertes contradicciones en el seno de las
fuerzas productivas. La dicotomía los buenos y los malos, no es resultado del
destino de los dioses.
En el momento histórico que transcurren nuestras vidas –la
seguridad sólo está garantizada para las corporaciones de SEGUROS- pende una
amenaza de exterminio genocida encabezada por el imperio. Lo viene ejecutando
en varias regiones del planeta –recordar Vietnam, Corea del Norte, los
Balcanes, Libia, Irak, Afganistán, en este momento en Siria-. Mañana lo hará sin escrúpulo alguno, donde haya una
“amenaza inusual y extraordinaria contra la seguridad de los Estados Unidos”.
Venezuela tiene esa sentencia condenatoria, deberá pagarla con la sangre de sus
hijos. Es decir, la existencia de la inseguridad masiva y global pende de
nuestras cabezas.
Pero el terror y sangre que derraman las víctimas de las
agresiones militares; se revierten en sus mismos linderos. La inseguridad es la
diaria angustia de los ciudadanos estadounidenses. Si cada individuo porta un
arma por “seguridad”; la inseguridad potencial está en proceso. Es el País que
más presos y convictos tiene en el mundo, proporcionalmente. La víctima que no
tiene escapatoria del destino fatal: es el negro. Es víctima y victimario en
ese infierno de violencia que
atávicamente ha vivido. Por mucho que al quitarle las cadenas de la esclavitud, lo
esclavizaron con esa droga de ignotos e infames relatos: la Biblia.
Así mismo, el imperio y su condición de imprescindible ético global, viene aplicando
en América Latina sus narrativas desestabilizadoras: políticas y económicas.
Las tensiones que provoca no son de índole limítrofe territorial; a pesar de la
existencia de algunos contenciosos en la región. No son esas las razones, que
en el pasado eran causa de inútiles desangres. Hoy las causas de las amenazas, son el
desprendimiento del yugo imperial de algunas progresistas y soberanas Naciones.
Otra de la razones de la inseguridad son el narcotráfico y su
fabulosa rentabilidad. Siempre que el dinero media las relaciones, sobresale la
Nación del destino manifiesto –Estados Unidos- patrocinadora de semejantes
negocios y proterva degradación. Que sean felices y abandonen pronto este
terreno mundo. Y Claro, toda esta narrativa apocalíptica llamada inseguridad,
llega hasta nuestras goteras. Nos salpica: sangre, miedo, angustia y fatalidad.
Oportunidad para laboriosos empresarios y banqueros, trabajo a destajo de
mulas, peones, capos, armamentos y consumidores. Un sinfín de actividades
colaterales que corrompen a la sociedad sin diferenciación de clase.
En el gobierno de un personaje impresentable y precaria
inteligencia que posa sus asentaderas en Carondelet, decidió enfrentar al
crimen organizado, y garantizar a sus ciudadanos “seguridad” integral. Él y su
equipo, huérfanos unos donde el destino los había tirado, corruptos otros, les
robaron los “huevos al águila”. Los narcos no reclaman las rutas para el
transporte de la droga; ni libertad para sus industrias. Reclaman el dinero
contante y sonante que desaparecieron en las manos de unos uniformados. Resulta
ridículo que esas prácticas de la producción, transporte y comercialización de
la droga realizada por décadas, auspiciada y promovida por los poderes
colombianos; un esperpento, desde una silla de ruedas pretenda volcar la
inseguridad ciudadana en seguridad territorial. Es de humor negro, y a veces
infantil, su revestimiento de Júpiter Tonante, amenazando al Guacho y toda su
cofradía. El colofón de este párrafo, no abandona la ridícula descripción anterior.
El esperpento convoca a un grupo de militares generales, verdaderos carcamales,
para que le abastezcan de ideas al remedo de gobierno, presa de su propio
laberinto que ha creado. La figura más señera: el General Paco Moncayo, anciano
y golpista hoy, guerrero de mil “batallas” ayer. Nunca hubieron batallas:
fueron escaramuzas con otras fuerzas armadas peruanas corruptas. Las fuerzas armadas de Colombia en
60 años no han podido derrotar al crimen, a los guerrilleros y a ningún grupo
fuera de la ley ni con el amparo de las bases militares yanquis. ¿Cómo pueden
unos Generalitos ecuatorianos enfrentarse a una historia de crimen contagiada
desde el País vecino, claramente establecido como Estado fallido? Nuestros
militares deben empeñarse en destrezas de juegos de Nintendo; en guerras
virtuales de internet. El Pueblo esquilmado, es el que paga con su miseria
material los pujos bélicos de nuestros Generales.
El relato siguiente puede ser un baremo de que el País ha
vivido con una variable inseguridad. En Guayaquil los asaltos a los vehículos
livianos se cebaron en los pasos a desnivel. Muchos personajes fueron víctimas.
El inefable alcalde Nebot, administrador también de la seguridad de la ciudad;
invitó a lo más granado del tema continental. El ex alcalde de New York, R.Giuliani
fue uno de ellos, testigo del 9/11. La solución: construir unos balcones metálicos
en la cota más alta de los Pasos, sitio de los atracos y aposentar un guardia
en ese lugar. Conclusión: nunca más, se repitieron los asaltos en esos lugares.
Ahí siguen los balcones como testigos ferrosos de la estupidez humana. Porque
los ladrones y asaltantes –más inteligentes-
buscaron nuevos puertos donde atracar.