25 abril 2018

SEGURIDAD vs. INSEGURIDAD


Arq. Vicente Vargas Ludeña
Mientras más globales son las relaciones e interdependencias de las naciones, de las sociedades, la economía, la cultura; la seguridad como carencia de riesgos, amenazas o miedos se vuelve más frágil, más débil. La seguridad ciudadana es la acción integrada que se desarrolla en colaboración con la ciudadanía con el fin de armonizar la convivencia pacífica y ordenada en un determinado territorio.
La inseguridad es lo contrario. Más, es una acción que no se ha producido por espasmos de la naturaleza ingobernable. Como diría Marx: “La naturaleza no produce por una parte poseedores de dinero o mercancías y por otra, personas que simplemente poseen su propia fuerza de trabajo”. La inseguridad es el resultado de fuertes contradicciones en el seno de las fuerzas productivas. La dicotomía los buenos y los malos, no es resultado del destino de los dioses.
En el momento histórico que transcurren nuestras vidas –la seguridad sólo está garantizada para las corporaciones de SEGUROS- pende una amenaza de exterminio genocida encabezada por el imperio. Lo viene ejecutando en varias regiones del planeta –recordar Vietnam, Corea del Norte, los Balcanes, Libia, Irak, Afganistán, en este momento en Siria-. Mañana  lo hará sin escrúpulo alguno, donde haya una “amenaza inusual y extraordinaria contra la seguridad de los Estados Unidos”. Venezuela tiene esa sentencia condenatoria, deberá pagarla con la sangre de sus hijos. Es decir, la existencia de la inseguridad masiva y global pende de nuestras cabezas.
Pero el terror y sangre que derraman las víctimas de las agresiones militares; se revierten en sus mismos linderos. La inseguridad es la diaria angustia de los ciudadanos estadounidenses. Si cada individuo porta un arma por “seguridad”; la inseguridad potencial está en proceso. Es el País que más presos y convictos tiene en el mundo, proporcionalmente. La víctima que no tiene escapatoria del destino fatal: es el negro. Es víctima y victimario en ese infierno de violencia que  atávicamente ha vivido. Por mucho que  al quitarle las cadenas de la esclavitud, lo esclavizaron con esa droga de ignotos e infames relatos: la Biblia.
Así mismo, el imperio y su condición de  imprescindible ético global, viene aplicando en América Latina sus narrativas desestabilizadoras: políticas y económicas. Las tensiones que provoca no son de índole limítrofe territorial; a pesar de la existencia de algunos contenciosos en la región. No son esas las razones, que en el pasado eran causa de inútiles desangres.  Hoy las causas de las amenazas, son el desprendimiento del yugo imperial de algunas progresistas y soberanas Naciones.
Otra de la razones de la inseguridad son el narcotráfico y su fabulosa rentabilidad. Siempre que el dinero media las relaciones, sobresale la Nación del destino manifiesto –Estados Unidos- patrocinadora de semejantes negocios y proterva degradación. Que sean felices y abandonen pronto este terreno mundo. Y Claro, toda esta narrativa apocalíptica llamada inseguridad, llega hasta nuestras goteras. Nos salpica: sangre, miedo, angustia y fatalidad. Oportunidad para laboriosos empresarios y banqueros, trabajo a destajo de mulas, peones, capos, armamentos y consumidores. Un sinfín de actividades colaterales que corrompen a la sociedad sin diferenciación de clase.
En el gobierno de un personaje impresentable y precaria inteligencia que posa sus asentaderas en Carondelet, decidió enfrentar al crimen organizado, y garantizar a sus ciudadanos “seguridad” integral. Él y su equipo, huérfanos unos donde el destino los había tirado, corruptos otros, les robaron los “huevos al águila”. Los narcos no reclaman las rutas para el transporte de la droga; ni libertad para sus industrias. Reclaman el dinero contante y sonante que desaparecieron en las manos de unos uniformados. Resulta ridículo que esas prácticas de la producción, transporte y comercialización de la droga realizada por décadas, auspiciada y promovida por los poderes colombianos; un esperpento, desde una silla de ruedas pretenda volcar la inseguridad ciudadana en seguridad territorial. Es de humor negro, y a veces infantil, su revestimiento de Júpiter Tonante, amenazando al Guacho y toda su cofradía. El colofón de este párrafo, no abandona la ridícula descripción anterior. El esperpento convoca a un grupo de militares generales, verdaderos carcamales, para que le abastezcan de ideas al remedo de gobierno, presa de su propio laberinto que ha creado. La figura más señera: el General Paco Moncayo, anciano y golpista hoy, guerrero de mil “batallas” ayer. Nunca hubieron batallas: fueron escaramuzas con otras fuerzas armadas peruanas  corruptas. Las fuerzas armadas de Colombia en 60 años no han podido derrotar al crimen, a los guerrilleros y a ningún grupo fuera de la ley ni con el amparo de las bases militares yanquis. ¿Cómo pueden unos Generalitos ecuatorianos enfrentarse a una historia de crimen contagiada desde el País vecino, claramente establecido como Estado fallido? Nuestros militares deben empeñarse en destrezas de juegos de Nintendo; en guerras virtuales de internet. El Pueblo esquilmado, es el que paga con su miseria material los pujos bélicos de nuestros Generales.
El relato siguiente puede ser un baremo de que el País ha vivido con una variable inseguridad. En Guayaquil los asaltos a los vehículos livianos se cebaron en los pasos a desnivel. Muchos personajes fueron víctimas. El inefable alcalde Nebot, administrador también de la seguridad de la ciudad; invitó a lo más granado del tema continental. El ex alcalde de New York, R.Giuliani fue uno de ellos, testigo del 9/11. La solución: construir unos balcones metálicos en la cota más alta de los Pasos, sitio de los atracos y aposentar un guardia en ese lugar. Conclusión: nunca más, se repitieron los asaltos en esos lugares. Ahí siguen los balcones como testigos ferrosos de la estupidez humana. Porque los ladrones y asaltantes –más inteligentes-  buscaron nuevos puertos donde atracar.

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