Arq. Vicente Vargas Ludeña
El domingo 12 de este mes –Junio-, todos los husos horarios
planetarios se plagaron de noticias alarmantes, miedos, incertidumbres y
asombros. Los titulares conceptuales –no informativos- enarbolaron cada uno su
propio estandarte. Un individuo llamado Omar Maten 29 años; nacido en los
Estados unidos, de origen afgano, armado con una verdadera panoplia de guerra,
descargó todas las municiones sobre una muchedumbre de homosexuales y lesbianas
que se divertían en un lugar de cotidiana frecuencia, en la ciudad de
Orlando-Florida, USA. El saldo de vidas es de guerra real. Los sectarios,
guerreristas, creyentes dogmáticos estupidizados, sicópatas, políticos
oportunistas; cada quien conceptualizó el episodio informando y comentando
desde su imaginación. “50 perturbados fueron asesinados en Orlado USA”;
titulaba un periódico turco. “La tarea quedó inconclusa”; vociferaba un pastor
en una iglesia norteamericana. “La tenencia indiscriminada de armas son las
causas de estas masacres periódicas” señalaba otro comentarista. “Es el
terrorismo islámico que quiere destruir nuestra Nación”; desgañitaba un
candidato a las próximas elecciones. “La homofobia es una lacra que no tiene
límites”, asuntaban simpatizantes de estos grupos.
El desarrollo de las fuerzas productivas en los Estados
unidos, entiéndase como la capacidad de explotar todas las potencialidades
humanas en procura del bienestar material de una sociedad. El sueño americano
se convierte en respuesta a la búsqueda del funcionamiento exitoso del sistema
–el éxito es el mejor de los éxitos, reza el pragmatismo como esencia del
capitalismo- se vuelve imprescindible modelar una tipología de individuo. Es
ontológica la encrucijada del nuevo “ser” y sociedad arquetípica al unísono. El
nuevo “ser” debe estar modelado en función de la base material que se construye
y la superestructura que debe gobernar la personalidad de los sujetos; en la
cada vez más esplendorosa cultura del consumo; la que es, en última instancia, retro
alimentadora de las formas de producción y de la cultura.
En la posguerra de los años cincuenta, el auge de la
economía, la topogénesis y la estructura de pensamiento en la posmodernidad
cambian. El urbanismo, la arquitectura rediseñan el lugar para vivir y por
supuesto toda la urdimbre de relaciones y diferentes visiones del mundo. El
espacio público se vuelve cada vez más privado. La burbuja intima-personal se
ensancha. Cada uno, es un universo completo y contradictorio, porque la
cosificación de la vida rutinaria uniformiza las existencias. La axiología en
la lógica, ética y estética no son colectivas, son unidimensionales y
unipersonales. Hay una tipología universal para la racionalidad, para el bien,
y la belleza. La libertad y la democracia en los Estados Unidos es una y única.
En consecuencia es paradigmática, debe ser trasplantada y emulada en el todo el
orbe. Tiene raíces y mandatos divinos. Según sus panegiristas.
Esa insatisfecha cosificación de los individuos procura el
surgimiento por doquier de academias y académicos motivadores de la auto
superación personal. El inmanente ético de la autoestima, en la cultura
norteamericana se transforma en el leitmotiv de la sociedad para llevarlo hasta
los linderos de la sicopatía. Lo que Aristóteles en su Ética para Nicómano,
plantea que el bien es el fin de todas las acciones del hombre. Savater dice:
la ética es una toma de postura
voluntaria, fruto reflexivo y estilizado del amor propio y humano. Es
decir lo que es una categoría inherente en el ser; adquiere nuevas dimensiones
en F. Fukuyama, -pensador tanque de la retaguardia del sistema- cuando termina
con el último hombre y surge el nuevo que debe responder en el marco del liberalismo
y la democracia: al mercado y al emprendimiento
sin barreras. El liberalismo, para este coto ideológico, es la instancia
jurídica que reconoce derechos y libertades individuales respecto al control
gubernamental. Eres libre, pero tus límites están dados por los fines del
capitalismo. La democracia, por otro lado, es el derecho a elegir con su voto a
quien lo debe representar. Siempre irás a votar–te machacan el cerebro- como el sistema te lo imponga, solo así serás
un demócrata.
En ese contexto, con
buena puntería explota lo que se ha señalado arriba: “el reconocimiento” que el
individuo reclama de los demás. Thymos según Platón y una series semánticas, de
históricos pensadores: Deseo de reconocimiento, Espiritualidad, Deseo humano de
gloria, Orgullo o vanagloria, Amor propio, Amor de la fama, Ambición,
Autoestima…Todos conducen al mismo sujeto: exigencia al reconocimiento en el
filo del éxito pragmático. Incluso las sectas religiosas, inculcan y pregonan
con doble finalidad el éxito económico de feligrés, -a diferencia del
catolicismo que destina sus rituales para una iglesia de los pobres, los ricos
tienen otra- de esa manera se convierte en un contribuyente seguro de los
diezmos.
Estos son los fundamentos del individualismo, aislacionismo,
y rechazo a todo rasgo colectivo. Lo comunitario son prolegómenos de comunismo.
Los negros, por ejemplo, socializan solo los domingos que asisten al rito
religioso. La convivencia, no nace de las relaciones sociales, surge al amparo
del conjunto de normas del derecho impuestas desde arriba: por el poder.
Entonces el fenómeno adquiere dimensiones sociológicas, sicológicas, en fin,
ideológicas, que cubre todo el espectro de la conducta humana. Una manera
particular de interpretar la realidad, bajo el paraguas de un determinado
modelo económico y político.
El hombre que habitó la sociedad sólida, ésta se volvió liquida
en la posmodernidad de Z. Bauman; F.Fukuyama lo desapareció con “El fin de la
historia y el último hombre”. Pero el nuevo individuo que nace al conjuro de la
cultura de masas, cosificado, alienado, egoísta; requiere para conservar su
burbuja íntima un arsenal militar en su casa, para su defensa de enemigos
fantasmales que el sistema ha creado. El Estado les otorga ese privilegio de
portar armas letales. La constitución los ampara. Y los lobbies industriales
les garantizan la posesión de un “kitch destructor” en la vitrina de sus casas.
Que el asesino de Orlando haya sido el resultado de múltiples
factores como el que se ha descrito aquí, es el inicio de otras implicaciones
ideológicas que el sujeto las hubo de tener como resultado de los crímenes que
el País en que nació está cometiendo con sus ancestros en sus lejanas comarcas.
El Presidente Obama se niega a aceptar –no lo hará, porque eso significaría la aceptación
de su ejercicio terrorista- esa triangulación terrorista: Estado Islámico,
terrorista – Estados Unidos, terrorista - y el lobo solitario alienado-; haciéndolo
éste, pagar caro las fechorías que el imperio comete con los pueblos que
invaden. La serie de televisión Homeland, encara ese patrón que se está
construyendo en occidente. Francia, Bélgica, Inglaterra, España y los que
vendrán. Un terrorista de sus propios lares, y sus propios genes se vuelve
contra los suyos, después de un largo y penoso tratamiento de enajenación. Al
fin, el soldado de Estados Unidos que se mimetiza en los desiertos para matar a
gente que no conoce, que no entiende porque está ahí, exige reconocimiento ciudadano,
que jamás lo encuentrará, otros económico; es un terrorista que no distingue su
papel, aunque no conozca a plenitud los alcances de Patria, ni los poderes que
están detrás del verdadero poder.
Por último, Donald Trump no ha ocultado el arquetipo de
individualismo que lleva en sus entrañas. Lo mismo es aplicable a la “zorra”
que aspira al mandato presidencial. Es la supremacía nacida y cultivada al
amparo de ese reconocimiento que exigen las personas de cualquier rango; más
aún un magnate de esas dimensiones.
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